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-Buenos días.- respire hondo -Bienvenidos a Holocausto Atómico, el segundo programa en el mundo que transmite aún después de la guerra.- Solté una horrible risita nerviosa.
-¿Hola?- la excitación de su voz hizo que mi cuerpo entero temblara.
-Hola.
-¿Un superviviente?.- Así era, una superviviente.
-Si.
Silencio.
-Todo este tiempo, ¿alguien me escuchaba del otro lado del aparato?- Parecía desconcertado, decepcionado, triste y enojado. Todo al mismo tiempo. Solo el podía hacer eso. Me hacía sentir igual y ni siquiera sabía como.
Asentí, me sentí ridícula, había olvidado que él no estaba conmigo. Reí, suspiré.
-Bonita risa.- Todo se detuvo, no necesité un espejo para saber lo ruborizada que estaba. Me encantaba.
Podía sentir la tensión en el aire, pero era una tensión bonita.
En un segundo imagine mi vida con él. Todo lo que viví, viviré y, lo que estaba viviendo. Fueron los momentos más hermoso de mi vida, aunque algunos solo eran escenas ficticias de mi pequeño mundo de fantasía donde el oído no era el único sentido para el amor.
Ahora que sabía de mi existencia, ¿qué iba a pasar?
Le conté todo, omitiendo los sentimientos que creía haber cultivado hacía él.
-Me simpatiza bella dama.
Amigos, solo eso podíamos ser. ¿Llegaríamos a algo más? No lo sabía, pero, la respuesta era no.
El amor no solo se basa en palabras bonitas al oído. Para poder amar necesitas tocar, oler, ver e incluso, saborear. No bastaba solo oír a tu platónico. Eso significaría ser egoísta con tu cuerpo. Masoquismo, el quererte ver sufrir por algo inalcanzable, eso eran lo platónicos ¿no?, esa persona que quieres, que necesitas pero le resulta algo imposible al universo unirlos para que ambos puedan ser felices. Claro, tu lo sigues queriendo, mientras tu cerebro te droga con imágenes, falsos recuerdos y esperanzas para que tu nunca puedas ser independiente.
Una vez habiendo establecido que son los platónicos para mí, puedo decir con certeza que él era mi platónico, él era mi amor inposible.
Siempre ma había dicho a mi misma que las palabras no eran lo único que enamoraba, que también contaban las acciones. Pero yo había sido débil, me había dejado enamorar por su voz susirrandome al oído canciones de amor.
Su léxico parecía sacado de alguna obra de Shakespeare.
A veces me corregía, me enseñaba gramática y fingía ser mi diccionario humano, siempre me quiso inpresionar, y siempre lo lograba.
Es irónico que con el vocabulario tan extenso que tengo, y que el me enseñó, no creo ninca poder describir el inmenso amor que le tengo.

PlatónicosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora