CAPÍTULO 13

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Hans Cramer


La lluvia empapó toda mi ropa. En casa no me sentiría bien llegando de esta forma, qué estúpida manera de evadir las llamadas de atención provenientes de mis padres casi ausentes en casa. Quizá no sea el menos indicado para juzgarlos. Joder, en algún puto punto de mi jodida vida existencial, terminé siendo como alguno de ellos. Ya trágame, infierno. Los efectos del alcohol aún me movían un poco el suelo. Toqué el timbre de la casa, pero nadie abría. Decidí dar ligeros golpes a la parte lisa de la puerta. Creí que di ligeros golpes, pero supongo que no fue así. El frío ya comenzaba a hacerme temblar. Me senté a un costado de la entrada a esperar si alguien abría, pero dudo que lo hagan, supongo que no hay nadie en casa. Incline hacia atrás mi cabeza, recargándola sobre el muro de la pared. Escuche cómo las bisagras de la puerta chillan y gire rápidamente hacia ella.

―Viejo.

―Ya. Suficiente tengo en casa como para llegar de esta forma.

El chico salió para ayudarme a ponerme de pie, entramos y me echo al sofá negro, cerca de la ventana que daba vista hacia la calle.

―Tienes suerte de que mis padres no están en casa.

—André —lo miré—. Tus padres nunca están en casa.

―Ya, ¿pero los tuyos? ―atacó de forma vacilante.

Este imbécil lo conozco de la secundaria. Un crio para mí sigue siendo un completo crio, que tiene la misma edad que yo, diecinueve años. Nuestra amistad es una completa disfuncionalidad, uno de los dos puede desaparecer de su atención y aparecer como si nada hubiese pasado. Y, aun así, nos hablaríamos o ayudaríamos sin ningún puto problema. El chico regresó de la cocina con un vaso con agua y una cerveza. Adivinen de quién es quien.

―Te vez lo suficiente alcoholizado como para que te dé la cerveza. ―André me extiende la mano donde sujetaba el vaso con agua. Se sentó a lado mío―viejo, te estás consumiendo.

―Lo sé. A lo mejor, el alcohol y la hierba sean la única forma de olvidar los problemas que a mi corta edad me busco. Lo mejor era haberme quedado en Alemania, con mis abuelos... ―guardé silencio unos segundos―. Pero al señorito le pareció buena idea regresar a donde todo es una mierda.

―Ya, ¿pero allá tomabas o siquiera fumabas un rollo?

―Sí, pero no era para olvidar mierdas.

―Entiendo. Decides regresar solo, porque fumar y tomar tienen un poco de sentido aquí, para ti.

―André, vine aquí para hablar de lo que sea, menos de mis mierdas.

―¿Y cuándo será el momento de dejar ir todo y olvidarse de todo?

―Quizá cuando me muera, o no sé ―dije pasando mi mano libre en mi rostro. Puse el vaso en la mesita de en medio y me pare para subir a su habitación y coger ropa seca. Al fin, de alguna forma, nuestras tallas son casi similares.

Me metí en su baño para tomar una toalla y secarme el cabello húmedo por la lluvia. Mi reflejo por el espejo me pedía a gritos dormir un poco, pero no podía, porque el sueño era lo último que tenía. Probablemente todo esto no lo estaría haciendo si me hubiese quedado y no aceptado volver a casa con mis padres, que al fin ellos les valgo un carajo. No tengo pruebas, pero tampoco dudas. Viví en un puto internado hasta tercero de primaria. Nueve putos años sin saber de ellos, mi apellido era lo menos que me sabía, porque a todos solo nos hablaban por nuestros nombres. Niños dejados por sus padres tan ocupados, que ni tiempo les daba por dar una vuelta y ver cómo se encontraban, o siquiera para saber si han comido bien, o si su salud se encuentra bien. Es lo que me enoja de ellos, porque para mi hermano Sam y la pequeña de Zara siempre estuvieron para sus abrazos antes de ir a la cama, pero para Hans, el hermano de en medio se iba con los ojos húmedos, porque no sabía cuándo volverían por él... o si es que lo harían. Quizá regresé porque por primera vez les importé, ―imbécil tenías que terminar siendo―.

GOLPES DE LA VIDA ✓ [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora