CAPÍTULO 19

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Ariana Grant


Solté un gruñido a quien me estaba moviendo el hombro. Traté de abrir los ojos para ver de quién se trataba, pero antes de que pudiera identificar quién era, comenzó a cantar la típica canción de cumpleaños. Nuevamente solté un gruñido mientras me sentaba. Mi madre sostenía un pastel pequeño con una vela encendida sembrada en la torta.

Feliz cumpleaños a ti, feliz cumpleaños a ti... ―la mujer cantaba con una sonrisa.

No podía alegrarme, esto era melancólico al acto, ya que esta vez solo era mi madre quien me cantaba la canción, ya no estaba mi abuela para acompañarme este día. Mi madre notó mi cambio de emoción, ella colocó el pequeño pastel sobre el mueble que está cerca de la cama, se sentó a lado de mí y me abrazó. Mis lágrimas rápidamente comenzaron a descender sobre mis mejillas. Esta vez sería uno de tantos cumpleaños que me faltan, si es que llegue a cumplir muchos. Justamente hoy tenía que cumplir un mes de su partida. No pensaba otra cosa, lo único que venía en mi mente era la imagen de mi abuela dentro de ese ataúd sin vida, sin pulso... puro cuerpo. No quiero fiestas, solo quisiera que las tres estuviésemos completas celebrando un día que no me hace tan especial, ya que es un día como cualquiera, solo que la única diferencia es que justo este día yo respiré por primera vez.

―Ya un mes ―dije a mi madre.

―Sí, cariño... pero también es el día en que tú llegaste en mis brazos.

―¿Y cuál es la diferencia? ―Pero yo misma me respondí la pregunta―: yo llegué, para que mi abuela se fuera justo el mismo día.

―Nadie es eterno, y nadie nos prepara para despedirnos de quien más amamos. ―Con lágrimas en los ojos, mi madre toma el pequeño pastel. La vela se seguía consumiendo―. ¿Te gustaría pedir algún deseo?

Miré a los ojos de mi madre, porque no estaba segura de lo que desearía, solté una sonrisa casi perceptible. Miré la flama de la vela consumiéndose. Tomé aire. Traté de imaginarme a mí dentro de un par de años; siendo feliz, si es que la felicidad existe, junto a mi madre... y soplé, mientras algunas lágrimas descendían sobre mi mejilla.

―Felices dieciocho años, cariño. Te amo.

La mujer se salió de mi habitación, llevándose la torta consigo. Me terminé de levantar, me limpié la humedad de mis ojos. Era fácil secar lo húmedo, pero era complicado volver a ver a mi abuela conmigo y pasar tiempo con ella. Solo quedan los recuerdos y los momentos impregnados en nosotros. Veinte de octubre calló en sábado, no hay escuela. No hay ruido. No hay gente desconocida pasar por los pasillos y tratar de atravesar a una multitud de adolescentes que solo piensan en sus juegos o prendas de vestir favoritos, solo para llegar a una clase de las siete. Baje a la cocina, mi madre ya tenía el desayuno preparado. Me eche a una de las sillas, ella me acercó una taza con café, tomé el vaso y di un pequeño sorbo, estaba caliente. Parecía que mi madre no me conoce lo suficiente. Prefiero el café tibio o frío, antes que el caliente. Pero no dije nada, dejé que el café solito fuera bajando su temperatura.

―¿Pasaremos por flores? ―Inquirí, mientras llevaba algo de comida a la boca.

―Sí, pasaremos a la floristería a por las flores que tanto le gustaban a mamá Ange.

Ir al cementerio me daría algo de paz. Conversar de cosas que no he hecho con mi abuela durante todo este mes. Y por supuesto, visitar también a mi padre junto a mi pequeña tía.


[.]


Me puse los tenis blancos y me miré frente al espejo, no sabía si era yo a quien veía reflejada o si era alguien más a quien desconocía por completo. No me siento diferente ya teniendo los dieciocho años. Mabel y André me felicitaron enviándome un extenso mensaje y subiendo a Instagram una foto conmigo en sus historias con canciones de cumpleaños. Luego de ello, me hicieron una videollamada para felicitarme nuevamente. Ya me acostumbré a ello, ya que cada año lo hacen y no importa quién sea, los tres hacemos lo mismo para felicitarnos. Deje la puerta de mi habitación entreabierta, bajé al salón de la casa para ver si mi mamá se encontraba ahí, pero no lo estaba. Fui a la cocina, no había rastro de ella. Oigo mi nombre provenir desde la cochera, fui para averiguar de qué se trataba. Mi madre parada frente al coche rojo.

GOLPES DE LA VIDA ✓ [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora