Capítulo 3

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"Me he preguntado, cuánto más puede soportar mi cuerpo antes de sucumbir a la muerte. Diría que hay esperanza, pero no queda ni eso. Mi alma fue tras de ti y te eligió por encima de mí".

BEA.

Miedo...

Pálpito...

Libido...

Tres emociones que apenas puedo controlar cuando lo veo. Zaid rezuma una frialdad inquietante, pero a la vez adictiva, imposible de ignorar.

Su presencia frente a mí no es casualidad, lo sé y aun así me siento como si estuviera en una habitación oscura e insonorizada; incierta.

Cuando me acorrala puedo escuchar mi respiración; me enclaustro y debo concentrarme para ver en medio de la penumbra, guiándome por su aroma.

Su presencia me inquieta, la maldad que puede verse en sus ojos me amilana, pero también me excita. Debe haber algo malo en eso.

A través de su mirada puedo ver la bestia que pugna por salir, esa que solo se deja ver cuando abandona su humanidad y cede a sus más profundos y oscuros deseos.

El azul de sus ojos se tiñe de carmesí. Las motas doradas en sus pupilas alargadas certifican que dejó de ser él para convertirse en eso, en el ser que cuando muta no parece un cambiante, más bien aparenta ser un poseído.

Me observa y me aterra...

Entre nosotros ha existido un deseo insano, retorcido y putrefacto. Nos ha consumido por años, incluso en la distancia. Él lo sabe, yo también, pero a pesar de eso, no hacemos nada por extinguirlo. Somos el fuego que lo arrasa todo, incluso a nosotros mismos.

Debe haber algo malo en mí; de lo contrario, no estaría deseando quitarle la ropa y follarlo hasta causar una combustión, tampoco me permitiría hacer a un lado todo lo que puedo perder solo por unos minutos de placer.

Zaid fue mi perdición, por él supe lo que era capaz de hacer y hoy todavía es la lanza que rompe mi costado. Él es infame y glorioso, pero aun así sigue siendo mío.

Sonrió al escuchar sus palabras.

—No te gustan las sobras; sin embargo, fuiste quien me besó —refuto con cinismo al mismo tiempo que él detiene sus pasos y puedo ver que tensa los hombros—. Es gracioso que lo digas cuando has venido aquí con la excusa de darme unos documentos, pero la realidad es que te morías por verme de nuevo y besarme.

Se gira para observarme y aprieta la mandíbula antes de sonreír como un truhan.

Su sonrisa me recuerda el gesto que me dio la primera vez que me folló en su departamento. La forma tan animal en la que forzó su lengua en mi boca y saboreó cada centímetro del interior.

Puedo recordar su pelvis golpeando la mía, con su falo erecto chocando con mi bajo vientre, palpitante y necesitado.

Todo lo que quería esa noche era tenerlo a él y lo tuve. Zaid me dio su vida esa vez, me folló con cada parte de su ser y me hizo su eterna compañera, inclusive si no estamos juntos.

Me observa como si tratara de deducir lo que estoy pensando.

—En esta vida lo que me sobra es atención femenina, ¿de verdad supones que yo vendría solo para besarte? —cuestiona burlándose de una estupidez—. Incluso si así fuera, que devuelvas el beso en lugar de alejarme, habla más de ti que de mí. No olvides que tú estás casada.

—Desde luego —le digo y camino hasta quedar a solo un palmo de él—, pero aquí, la dignidad que se pone en juicio es la tuya. Has sido tú quien vino a mí, el único que suplica con cada poro un poco de mi atención. Tal vez deba dártela.

—Mostrarme falso interés, es tu especialidad. Ahora no suena mal —confiesa mofándose—. Entiendo que no quieres cortesías, sino un trato como lo que eres, con horarios. No me costaría nada.

Finjo que no me importa lo que acaba de insinuar, solo sonrío y le observo esperando un ataque más.

No lo hizo.

Como siempre, Zaid demuestra que se preparó para cualquier cosa.

—Si es todo, ya te puedes ir. Si te necesito, te llamaré. —Finjo indiferencia, pero lo cierto es que mi cuerpo clama por él, mis labios, mi enfermiza obsesión por tenerlo, por saberlo mío.

—Dime una cosa, Beatrice. —Zaid suspira como si pensara sus palabras—. Ya vas a decirme lo que pasó o aún estás decidida a jugar a la mártir.

—Me encanta hacerlo, lo llevo en la sangre —ironizo e intento desviar el tema, pero parece que él no piensa lo mismo.

Me cierra el paso y un gruñido salta de sus labios. En ese momento puedo ver sus pupilas dividirse en dos, mostrando su dualidad, a la bestia de ojos carmesí y a él con sus orbes azules.

El potente sonido que emiten sus labios me calienta, puedo sentir el infierno recorrer mi torrente, escuchar mi arteria dilatarse. Siento el flujo húmedo formándose entre mis pliegues y Zaid puede olerlo.

Lo veo inhalar para reconocer el aroma propio de una mujer caliente. Me observa y un hormigueo se forma en cada centímetro que recorre con su mirada.

Sus ojos cambian por completo, esta vez ya son rojos, con motas doradas; de pupila alargada y profundos, tan extraños y caudalosos como un océano de lava.

En sus ojos puedo ver mi infierno, el mismo en el que en ese momento me quiero ahogar.

Mis pezones comienzan a erguirse y a marcarse sobre la tela de mi blusa. Él sonríe, sabe que ha ganado y que no podré ninguna resistencia si decide follarme en ese lugar.

Su atrevida y lasciva mirada me recorre, despacio y sin prisas.

—Puede olerte, Bea —susurra con el tono exquisito y amenazante que disfruta usar para mí.

Un silencio atónito se instala entre nosotros. Se abre paso de forma visceral, envolviéndonos.

Por milésima vez en la vida me siento enojada. ¡No! Más que eso, estoy cabreada conmigo misma.

Se acerca a mí, me observa con sus profundos y penetrantes ojos rojizos. Su mandíbula fuerte y dura se tensa mientras me mira.

Una de sus manos me acaricia el rostro, desliza sus dedos por mis mejillas y se detiene un segundo en mis labios.

Me sonríe.

Ahí está, ese gesto infernal y depredador.

Él sabe lo que me provoca, conoce que es el causante de mis más retorcidos sueños y por eso lo hace.

Su pulgar se frota contra mis labios. Permanece así por unos segundos antes de acortar un poco más la distancia entre ambos.

Su rostro está a solo centímetros de la mía y puedo verlo inhalar para sentir mi aroma.

Mete su cara entre mi cuello y respira, pausado, lento.

Vuelva a apartarse de mí, pero esta vez sus ojos son distintos. Por un breve instante parece más humano que bestia, más razonable.

Dirige su mirada a mis labios e inclina la cabeza como si fuera a besarme.

—Si no me paras ahora, no saldrás de aquí sin que yo te haya follado hasta el hastío —susurra y yo solo puedo mirarme en sus ojos.

No lo detengo, no quiero hacerlo.

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