Capítulo 9

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"Nunca te lo confesaré, pero fuiste mi amante, mi vida; a la vez, mi condena, mi verdugo, mi infierno. Lo fuiste todo".

—Bueno, no hablemos más de eso —declaró ella y arrugó la nariz—. Ya vete porque tenemos mucho que hacer con toda la mudanza y no son vacaciones.

—De acuerdo, te veré en la cena —manifestó el hombre y ella asintió—. Por cierto, vi a tu amiga.

—¿Amiga? —preguntó y frunció el ceño—. ¿De quién hablas?

—La enfermera, con la que te fuiste de voluntaria unas semanas. Creo que se llama Ellie —dijo mientras la sonrisa se borraba de los labios de Bea—. La invité a cenar un día de estos, no le puse fecha porque bueno, aún estamos con la mudanza, pero me dejó su número, para que le llamemos.

Sacó de su bolsillo una tarjeta con el nombre de la mujer y su contacto, entregándolo a su esposa.

—Sí, es posible que no pueda venir ahora, es una persona ocupada —manifestó nerviosa—, pero le llamaré para confirmar. Te avisaré, no te preocupes.

—De acuerdo. —Su esposo concordó antes de acercarse y darle un beso en los labios—. Estoy seguro de que querrá ponerse al día contigo. Me voy, te veré en la cena, no trabajes mucho.

—Vete ya —pidió con una sonrisa.

Unos minutos después se quedó a solas y Bea corrió por su teléfono de inmediato para llamarla.

Los segundos se hicieron eternos antes de escuchar su voz. No dudó en citarla en una hora en la cafetería cercana a preparatoria donde estudió años atrás. Estaba lejos y era difícil encontrarse con alguien conocido por ese lado de la ciudad.

Tomó las llaves de su auto y se apresuró a ir a su reunión.

Se quedó dentro del carro mientras la esperaba afuera del negocio y en cuanto la vio bajar del taxi, sonó el claxon.

La mujer giró a verle y le saludó mientras Bea descendía y se acercaba.

—Tanto tiempo sin vernos —habló la recién llegada y como si Bea fuera su amiga de toda la vida—. Me alegra encontrarte.

—¿Qué haces aquí? —preguntó Bea de inmediato y con un tono nada sociable—. Te pagué muy bien antes y a cambio ibas a desaparecer de mi vida y de la de los que me rodean. Creo que fui muy clara con eso.

—Sí, pero el dinero no es eterno, Beatrice. Siempre supe que no me duraría toda la vida —confesó con cinismo y mientras la menor de las Westwood tenía un gesto impertérrito al escucharla, pero por dentro estaba a punto de matarla—. Me encontré a tu esposo y vi la oportunidad de...

—Voy a decirlo una sola vez —interrumpió la otra, colérica—. No soy una beneficencia, no voy a darte un centavo más y si te acercas de nuevo a mi familia, quien sea, vas a conocer la peor parte de mí, una que no te va a gustar nada.

—No me amenaces, de cualquier forma todo se sabrá algún día y ten por seguro que la única que va a terminar mal, serás tú —confirmó la mujer y soltó una risa divertida—. Eres tú, Bea, quien tiene mucho que perder, yo no. Deberías saber que mi silencio vale y que la manera en que no diré nada, será muerta.

—Eso no es un problema para mí —amenazó la castaña—. Solo tengo que chasquear un dedo y borraré todo de ti, no me provoques.

—¿Algún día le dirás? —cuestionó Ellie—. Sabes que si se lo dices, va a odiarte por el resto de su vida, no es así.

—Eso no es asunto tuyo —respondió amenazante—. Te daré hasta mañana para esfumarte; de lo contrario, haré que te arrepientas.

Se dio la vuelta e iba a subir a su auto de nuevo pero detuvo sus pasos una vez más cuando la escucho hablar:

Mía en silencioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora