10: Agustín

229 30 5
                                    

Me pasé una mano por la mandíbula mientras salía del barrio privado, había dejado a Valentín al cuidado de Luka, aunque le había advertido que no pusiese un solo dedo en él. El colorado quería saber a dónde iba a ir, incluso pidió ir conmigo y sonreí mientras recordaba la forma en que me había mirado. Un momento, había querido matarme a sangre fría con mi propia arma; al siguiente, estaba preguntando por qué tenía que quedarse atrás: todo un personaje.

La autopista abría camino a un campo de golf a la izquierda, hacía demasiado frío para que los idiotas ricos estuvieran haciendo ruido en sus carritos de golf, aunque los campos parecían inmaculados. Tomé un sorbo de café negro en mi taza de viaje y continué por la ruta, las casas se hacían más grandes mientras pasaba. Javier no vivía en la CABA, tenía una casa en San Isidro donde llevaba a sus amantes, pero su residencia principal estaba en un barrio privado de Hudson. Esquivé el campo de golf antes de girar a un largo camino privado. Un césped marrón se expandía a cada lado, el césped estaba cubierto con árboles maduros y el paisajismo se fundía en un cerco más grueso cerca de los bordes de la propiedad. Más árboles estaban conectados con vigilancia, el calvo se enorgullecía de saber cada vez que tenía invitados, queridos o del otro tipo.

Desaceleré mientras me acercaba a la mansión que tenía tres plantas de altura además de muchas habitaciones. Había una rotonda al frente, con la letra "C" con plantas escalonadas en el centro. La rodeé y estacioné al lado del garaje para cinco autos. La mañana había amanecido fría y soleada, el rocío de la madrugada estaba asentada en el pasto y en los autos estacionados. Me abotoné el saco del traje mientras subía los escalones delanteros. La puerta marrón oscuro se abrió frente a mí y Gonzalo Higuaín, uno de los socios más íntimos de Mascherano, me hizo señas para entrar.

Giay ¿Cómo estás, hombre?

Mascullé una respuesta evasiva:

¿Vos?

No puedo quejarme ― dirigió la mirada a la oficina del jefe ― Claramente no puedo ― pasó el pulgar por dentro de su tirante, un movimiento lleno de nervios y preocupación.

Me quité los lentes de sol y los guardé en el bolsillo interior de mi saco, con la punta del dedo rocé la culata de mi arma. Consolándome con el tacto del frío metal pero mi instinto me decía que estaba sucediendo algo, aunque estreché la mano de Gonzalo como si no estuviese pasando nada. Podía tumbarlo en dos segundos si podía presentarse la necesidad, de todos modos no me gustaba el ambiente en la casa; el aire calmado, el silencio, la capa de sudor que cubría el labio superior del calvo.

Te está esperando ― cerró la pesada puerta de entrada de golpe.

Di un paso y él se movió para seguirme detrás; de ninguna manera.

Anda adelante, yo te sigo ― señalé la oficina con un movimiento de barbilla.

¿Qué? ― me dio una sonrisa tensa ― ¿No confías en mí?

No le devolví la sonrisa o respondí su estúpida pregunta. En cambio, analicé cada tic de sus dedos y el miedo en sus ojos. No era bueno.

Está bien, por dios hombre ― caminó delante de mí, sus zapatos baratos golpeaban contra el suelo de mármol del vestíbulo.

Me picaban los dedos por mi arma, pero me aguanté. Mejor ver el estado de las cosas que hacer un movimiento del que me arrepentiría. No podía pensar solo en mí mismo, ahora que Valen estaba involucrado en esta mierda y si salía mal, necesitaría alejarlo para cuidarlo de todo el mundo.

No se me había dado un motivo para esta reunión pero podía suponerlo, debido a que las palabras viajaban rápido, especialmente cuando involucra jugadores poderosos en la clandestinidad. Tenía que aclarar todo lo que hice en Lugano y si el canoso sobrevivía, necesitaría conseguir la orden para acabar con él para siempre.

Protector // GialenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora