24: Valentín

187 24 1
                                    

El sol brillaba en lo alto de la cristalina mañana mientras avanzábamos a lo largo de una ruta vigilada por densos bosques a cada lado. Después de la batalla en la casa de la playa, habíamos agarrado la ropa, las armas, la comida que nos quedaba y salimos a la ruta. Agustín había recibido una bala en la pierna pero no me dejó tratarlo y empeñado en alejarse, me había sacado de la casa y metido en el auto. Cuando las sirenas comenzaron a escucharse, estábamos casi fuera de la ciudad.

¿Adónde vamos? ― busqué en la bolsa de armas: las vendas y el alcohol que había lanzado antes de que nos fuéramos.

Conozco un lugar, no he estado allí desde hace años pero tendrá que servir.

¿Dónde?

Sierra de la Ventana ― apretó los dientes mientras rebotamos sobre un bache ― Tenemos que ir al oeste, irnos de Necochea pero no podemos arriesgarnos, no con Enzo atrás nuestro.

Estaciónate, necesito ver tu pierna.

No ― me despidió ― Puede esperar.

Todavía estás perdiendo sangre, solamente déjame...

No voy a parar hasta que estés a salvo ― se volvió hacia mí ― Te dejaré jugar al doctor todo lo que quieras en la cabaña pero tenemos que llegar allí y escondernos. Fernández estará en toda esa escena en la casa de la costa. Sabrá que fui yo y entonces empezará a rastrearnos ― volvió a mirar a la soleada ruta ― Tenemos que desaparecer.

¿Y entonces qué? ― empujé la gasa de nuevo en la bolsa, golpeando mi dedo meñique contra un implacable cañón de arma mientras lo hacía. Grité y retrocedí, me agarró la mano.

¿Estás bien?

Estoy mejor que vos ― traté de apartar mis dedos pero él lo sostuvo apretando. Su tono se suavizó.

Me encantaría dejarte arreglarme en este instante, lo prometo pero no puedo.

Me incliné atrás en mi asiento y observé el camino desaparecer alrededor de una curva en el bosque. La frustración bullía dentro de mí pero no había ninguna salida para ella y alivió su apretón en mi mano pero la mantuvo en la suya.

¡Voy a sacarte de esto! Únicamente tenes que confiar en mí.

Lo hago ― contemplé las fuertes líneas de su brazo bajo su abrigo robado, el constante ascenso y caída de su pecho. La herida no lo mataría y no iba a dejar que lo ayudara con los términos de nadie más que con los suyos ― Sólo deseo... ― deseé muchas cosas: que nos hubiéramos conocido en diferentes circunstancias, que pudiera dedicar más tiempo para conocerlo, que nuestros días no estuvieran contados. Suspiré cuando las palabras correctas nunca parecieron formarse en la punta de mi lengua.

Está bien ― acercó la parte de atrás de mi mano a sus cálidos labios ― Yo también lo deseo.

Llegamos a la cabaña en la tarde, estaba situada a lo largo de las Sierras Australes del Sur Bonaerense donde la tupida maleza y árboles altísimos gobernaban el paisaje. Una amplia corriente se extendía detrás de la cabaña de madera de un piso y desaparecía en los bosques sombríos. Grises troncos y un techo cubierto de musgo hacían un excelente camuflaje y la única manera de llegar a la estructura era en un camino de grava lleno de baches que se volvía al barro en algunos parches. Los densos pinos dejaban que la luz se filtrara en manchas moteadas, aunque los rayos no hacían nada para borrar el frío del aire.

Agus estacionó en la parte de atrás y paró el motor.

Déjame comprobar primero ― abrió su puerta, salió y se derrumbó al suelo.

Protector // GialenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora