30: Valentín

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¿Cómo es posible que estés aún más lindo de lo que recuerdo? ― Demichelis me rodeó, mientras se daba golpecitos en la barbilla con sus dedos cortos y flacos ― No tiene sentido, quiero decir te destrocé el rostro y todavía tenes algunos moretones pero hay algo en vos.

Alcé mi cabeza, despertando mi mente mientras asimilaba mi entorno y no había sótano para mí, no esta vez. Estaba en algún tipo de cuarto de juegos, las paredes estaban forradas con recuerdos deportivos de River Plate y el cordobés se sentó en una silla de cuero en una esquina a mi derecha, había dos hombres sentados en un sofá a mi izquierda que miraban un partido de fútbol en una gran pantalla de televisión.

La bilis subió por mi garganta cuando noté una lona de plástico extendida bajo la silla de madera donde estaba sentado, mis manos y pies estaban atados en una repetición perversa de mi último encuentro con Martín.

Tal vez ¿Algo en tus ojos? ― pasó sus dedos húmedos por mi cuello ― ¿Tu piel?

Jódete ― mi lengua se sentía pesada en la boca.

Vamos a llegar a eso, no seas tan impaciente ― dejó de dar vueltas y me sonrió ― Aunque aprecio tu interés por mí. Me halagas, de verdad.

El hombre que había gobernado mis pesadillas dejó que su mirada recorriera mi cuerpo, me estremecí con una mezcla de terror y furia. Quería sacarle los ojos de la cabeza y darle patadas en las bolas, hasta que tener hijos quedara descartado para él.

Parpadeó, con un párpado moviéndose más despacio que el otro, mientras terminaba su evaluación. Aunque más pequeño de lo que parecía en mis pesadillas, la crueldad rezumaba de su piel y envenenaba el aire a nuestro alrededor. Aguanté las náuseas mientras pasaba la palma de la mano sobre el bulto en su pantalón.

Me estás haciendo cosas mi pequeño florista y muy pronto te estaré haciendo cosas a vos ― presionó la palma de su mano en sus costillas, como si ajustara algo debajo de su camisa y se estremeció ― Estuve esperando mucho tiempo para desquitarme por la bala de Agustín y primero me la cobraré contigo.

Retiré la mirada de él y busqué cualquier vía de escape, la única puerta que vi estaba cerrada detrás del canoso y Enzo estaba sentado con las piernas cruzadas, su expresión mostraba aburrimiento. Extendió sus dedos e inspeccionó sus uñas, mi inminente tortura y asesinato ni siquiera le interesaba lo suficiente como para echar un vistazo. Los dos hombres parecían concentrados en el juego, cómodos con la idea de una persona atada a sólo unos metros de ellos. Las amplias ventanas daban a un patio ajardinado, apenas visible en la penumbra lluviosa e incluso si pudiera llegar hasta el cristal, tendría que romperlo de alguna manera y arrastrarme hacia fuera... todo antes de ser atrapado.

Me temo que nadie está aquí para ayudarte, Valentín ― el cordobés pellizcó mi barbilla entre su pulgar e índice ― Sólo vos y yo ― se acercó más, la cicatriz blanca a lo largo de su mandíbula se hizo más clara.

Enseñé mis dientes.

Cuando Agustín llegue aquí, te dará una cicatriz a juego en tu otra mejilla.

Hijo de puta ― siseó y su escupitajo voló sobre mi frente.

Me mordí la mejilla pero seguí mirándolo deseando que se alejara de mí, su rostro estrecho con ojos brillantes me recordaban a un pájaro cruel y hambriento. Quería sacarlo de su miseria.

Sabes ― sus ojos se ampliaron ― Creo que sé lo que te hace tener esa clase de resplandor sobre vos ― se puso en cuclillas ― Estás enamorado.

Protector // GialenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora