La dicha del enamorado

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Nathaniel observaba a aquellos lobos hacer su trabajo. Aquel chico al que habían disparado y que resultaba de alguna macabra manera ser lo que llaman los lobos "su destinado" necesitaba asistencia médica. No del tipo de asistencia que los humanos tendrían en una situación de aquel calibre, sino una más bien especial.

Según entendió, las balas de plata siempre dejan secuelas en los cambia formas lobo. No quería siquiera admitir que aquel dato le apretaba el corazón de mala manera; pensar en que habían herido a ese lobo en específico era algo que él y algo en su interior que aún no sabía explicar no toleraban. Le enfurecía y le provocaba una sensación desconcertante, difícil de expresar con palabras.

Lo único que le aliviaba era que lo que parecía ser el médico en aquel elegante centro dedicado a la salud y asistencia médica de los lobos le había comentado que su magia había sido de gran ayuda. Por lo tanto, las secuelas eran mínimas; solo le quedaría una cicatriz en el pecho.

Entró en la sala una elegante mujer seguida de su pareja y un hombre trajeado que lo analizó todo con la mirada, parándose segundos de más en su pequeña figura. Detrás de ellos venía un doctor que tenía demasiado parecido al lobo herido y a la pareja que entró hace segundos. Todos ellos se dirigieron hacia el chico. Veía las caras de preocupación y el amor hacia esa persona, y una pequeña parte de su corazón sintió envidia de aquella aura tan dulce y familiar que desprendía la escena.

Observaba cómo el médico abrió más la ensangrentada camiseta que llevaba el lobo y examinaba ahí donde momentos atrás se alojaba la herida. Un pequeño asentimiento satisfecho, limpió la zona con una gasa limpia y un líquido que no supo identificar ni como alcohol ni ningún otro líquido sanitario. Nathaniel abrió los ojos sorprendido. No por el atlético físico del lobo, sino porque la herida que momentos atrás sangraba entre sus manos se había convertido en una cicatriz. El médico le dio unos recipientes llenos de plantas que imaginaba eran hierbas medicinales y siguió hablando con él y su familia.

Aquel chico le dijo algo al hombre mayor y a la mujer que intuía eran sus padres, y que, por la distancia, Nathaniel no pudo escuchar. Se sorprendió cuando todos voltearon a verle con diferentes expresiones en sus rostros.

-Vayamos con ellos- Nathaniel giró la cabeza sorprendido. Aquel policía Alpha estaba detrás suyo, y él ni siquiera había notado su presencia ni le había escuchado llegar. El menor observó hacia donde estaba el otro lobo postrado, para su mala suerte, tanto él como todos los demás aún le miraban. Volvió su mirada hacia el policía con un poco de temor.

-Tranquilo, no pasa nada malo, estás a salvo.- El mayor que no podía aguantarse las ganas, acarició con una suavidad impropia de él la pálida mejilla del muchacho. Los dos sintieron la misma extraña electricidad recorrerles, lo que no sabían es que Martín estaba sintiendo lo mismo. La mano algo callosa, se movió de la mejilla al cuello y bajó por la espalda del más joven hasta su espalda baja y le guio para que caminara.

-Oh querido, gracias por ayudar a nuestro hijo- Dijo la elegante mujer. El olor a lobo le abrumó, y sintió su piel erizarse. Dio un paso atrás cuando la mujer hizo el ademán de querer dar un paso en su dirección.

-No tiene por qué darme las gracias, solo sentí que era lo correcto.- Nathaniel hizo gala de su buena educación e intentó mantener la compostura, pero el corazón le latía con fuerza y la presencia de aquellos lobos le resultaba abrumadora. La cercanía con el policía Alpha le provocaba una extraña sensación de calidez y seguridad, pero también despertaba emociones que aún no entendía del todo.

El padre del lobo herido le extendió la mano en un gesto amistoso, y Nathaniel, después de dudar un instante, la estrechó con cautela. La mujer, con una sonrisa cálida, agradeció de nuevo y le aseguró que estaban en deuda con él. El hermano del lobo, más reservado, le dio un asentimiento con la cabeza como agradecimiento y le observaba con detenimiento, al igual que el hombre trajeado, que se mantenía cerca pero a una distancia prudente.

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