El príncipe de los hechiceros

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Nota de la autora:
me dejé ir bien feo con este capítulo. 🍋

Sentí que me había quitado un peso inmenso de encima. Parecía que, con la extraña e incompleta aceptación de mi padre y hermano ante esta noticia, al fin podía volver a ser yo mismo.

Después de salir de esa incómoda sala de emergencias, mis dos lobos me siguieron. Hasta a mí me resultaba extraño. Ahora no solo tenía a una persona como pareja, sino a dos lobos que se desvivían por mí.

Quería volver a casa y dormir. Sentía el cuerpo cansado y finalmente libre de tensiones después del disparo a Martín y de la nada relajante situación en aquella sala del hospital. Pero aún no quería enfrentarme a los hombres Kramer. Me detuve abruptamente y me giré en el pulcro pasillo. Entonces vi a aquellos dos lobos erguidos ante mi como principies guerreros.

¡Por todos los aquelarres existentes! Incluso juraría que "Do I Wanna Know" de los Arctic Monkeys empezó a sonar.

Eran hermosos, pero no poseían esa belleza femenina que me resultaba desagradable. Más bien irradiaban la clase de belleza que cabría esperar de un guerrero vikingo: una belleza salvaje, masculina, que estaba más que dispuesto a admirar y venerar.

—Me siento débil y cansado —les comenté, y era verdad. Por todos los diablos, solo quería que aquellos dos lobos me cuidaran y dejar de pensar y existir por un rato.

—¿Quieres volver a tu casa? —preguntó Taylor. Notaba perfectamente en su mirada y en sus puños cerrados que eso era lo último que él quería. Incluso Martín a su lado estaba inquieto. Ninguno de los dos quería perderme de vista, y estoy seguro de que les hacía muy poca gracia que yo me fuera a casa con los Kramer.

—¿Quieres que me vaya a casa, Taylor? —le pregunté en respuesta, bajito y acercándome a ellos. No sé de dónde me nacía esta actitud, pero puse una mano en su pecho y le acaricié, mientras mi otra mano sujetaba suavemente la venosa mano de Martín, el cual parecía estar pasándolo mal. Respiraba un poco fuerte y el iris de sus ojos pasó de azul oscuro a rojo.

—Lo que quiero es que vengas a casa, con nosotros —dijo Taylor. Ahí estaba... Sonreí tímidamente. ¿Por qué parecía que Taylor me estaba a punto de castigar por mi actitud? Sólo quería que exteriorizaran que me querían cerca suyo.

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Taylor es un lobo serio, y Martín uno juguetón, pero los dos terriblemente mandones y serios cuando se trata de mí. Lo bueno es que notaba que cada vez que se dirigían a mí, la actitud de ellos era de adoración. Al parecer, es algo normal al dirigirse a los omegas, lo que me recuerda que ahora seré un omega para estos dos enormes lobos.

Después del recorrido en coche, Taylor se metió por el aparcamiento subterráneo de lo que parecía un piso de apartamentos demasiado alto como para darme cuenta a simple vista. Sentí una extraña tensión en mis entrañas y en mi pecho, justo donde está esa marca de luz. Es algo fuerte y agradable que soy incapaz de explicar. La verdad es que incluso me da un poco de vergüenza que ellos también puedan sentirlo.

Mis lobos iban en los asientos delanteros, porque así se lo dije. Les comenté que aún me sentía un poco incómodo con su imponente presencia y al parecer ellos entienden y respetan eso, por lo que me han dejado sentarme solo en los asientos de atrás.

P.O.V. Taylor

Necesitaba salir de mi coche lo antes posible. Tanto las feromonas descontroladas de Martín como las de Nathaniel, que empezaban a despertar en el asiento de atrás, estaban a punto de hacerme perder el autocontrol. El maldito de Martín lo sabía y aún así me observaba con una sonrisa burlona a mi lado. Disimuladamente le mostré mis colmillos para que mostrara respeto y dejara de jugar con mi paciencia, si seguía así lo iba a lamentar más tarde.

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