Espíritu guerrero

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La noche en el bosque parece un cuento de hadas, aunque jamás he creído que se pueda ver una de esas criaturas. Los tenues sonidos y el suave aire son lo único que percibo con claridad.

Desde que llegué aquí que no hay rastro del lobo blanco que hace llamarse Dao, he caminado algunos minutos y lo único extraño que he escuchado son cascabeles. Al agudizar mi oído y mi vista no he visto ni oído nada por lo que he optado por seguir el caminito de tierra enfrente mío.

Me detengo al darme cuenta de que el camino de tierra se acaba y una sensación extraña se apodera de mi.

Mi riego sanguíneo bombea en mis sienes y el corazón me va a mil. Alertándome del peligro.

Dejo salir mis colmillos y garras y prestó atención a mi entorno girando sobre mi eje. No hay ningún sonido, ningún animal salvaje se escucha ni se ve, a pesar de que hace unos segundos si estaban ahí. Capto un leve crujido gracias al ensordecedor silencio justo detrás mío, me giró rápidamente para observar a la figura unos pasos detrás mío.

Si yo mido casi 2 metros el hombre delante de mi estará entre los 2 y los 3 metros de altura, construido como un tanque, dos características físicas muy comunes en los dragones. En su brazo derecho tiene un tatuaje tribal en forma de huevo que le serpentea por la espalda y el pecho haya cubrir el hombro izquierdo, su brazo izquierdo está protegido por un extraño brazalete de plata que empieza en su muñeca y termina en el codo. Su única vestimenta son unos pantalones de mezclilla negros.

El extraño da unos pasos y sale de la oscuridad, dejándome ver su rostro.

En lo único que puedo pensar es en los antiguos guerreros vikingos. Su pelo es negro como una noche sin luna y largo, algunos mechones están trenzados y sujetados con aretes de plata y otros mechones simplemente caen por su espalda. Barba corta y una inmensa cicatriz cruzándole la ceja derecha, lo que me hace pegar los ojos a los suyos, son grises, y me recuerdan al humo y las cenizas que quedan después de un incendio.

-Preséntate o márchate, aquí los visitantes no son bienvenidos- su voz profunda hace un eco espeluznante en este lugar. Me obligo a recomponerme y a actuar como el alpha que soy.

-Saludos, mi nombre es Diego. Soy un conocido de Dao, él me envía ya que necesito tu ayuda, en el caso de que tú seas Myong- el vikingo asiente y observa a nuestro alrededor y vuelve la mirada hasta mi, sonríe de lado con lo que es una mueca de burla.

-Si nuestro querido Dao te envía a mi es que debes estar muy jodido... Sígueme- sus palabras no me reconfortan en lo absoluto, pero aún así le sigo, ignorando que puede ser una trampa.

Llegamos hasta dos arboles que se entrelazan por encima de nuestras cabezas, dejando una abertura en el centro, semejante a una puerta. Myong coge una vara tallada en madera con los mismos dibujos tribales que decoran su cuerpo y golpea suavemente primero uno de los árboles, después golpea el otro tronco y vuelve a hacer lo mismo con el anterior. Al instante una luz ilumina la abertura del centro y Myong entra por ahí y como él cabeza hueca que soy lo sigo sin siquiera sorprenderme de lo que acaba de hacer.

Delante de nosotros se muestra una gran cabaña rodeada del bosque más bello, las luciérnagas dándole una imagen impresionante, cruzando el enorme jardín lleno de flores silvestres hasta llegar a las dos puertas de entrada de la cabaña que permanecen abiertas. Sigo al gigante vikingo hasta el interior de su hogar, a la izquierda está lo que parece ser la sala de estar, él camina hasta una puerta que hay en la parte derecha. Entramos a un estudio, las paredes están llenas de libros y las mesas y vitrinas de diferentes objetos, casi todos brillantes con elaborados dibujos.

-Supongo que Dao te dijo algo más- comentó sentándose en un viejo sillón de color granate oscuro. Hizo un gesto con la mano mostrándome otro sillón a su lado, así que aceptando la invitación me senté ahí recordando las palabras del lobo blanco.

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