Animales de Compañía

81 4 1
                                    

Pero ¡santo!, qué calor. No puedo creerlo. Si no morí cuando mi madre me tiró accidentalmente de la cuna a los dos años, definitivamente lo haré hoy. Ah, sí. Vengo con mi familia. Bueno, sólo son mamá y papá. Y yo, por supuesto. Tengo 9 años, me llamó Juliet, y mi vestidito rosa con manchas blancas ya me está dando por romperlo y andar completamente desnuda. ¡Es que el sol me mata! Pero no, adoro este vestidito. Todo lo que tenga manchas es cosa de mi amor. Como los leopardos. Oh, oh… ¡los dálmatas!

Dálmatas.

Tuve uno hacía un tiempo. Hembra. La amaba con todo mi corazoncito. Pero ya no está más conmigo. Recuerdo como si hubiera sido ayer cuando murió. ¡Era tan joven! Mamá estaba acompañándome a dar un paseo con Dalma —así se llamaba—, cuando al cruzar la calle tropecé. Y aún no llegábamos a la acera. Todo pasó tan rápido. Dalma hizo uso de su fuerza para jalar la cadena que sujetaba con mi mano y arrastrarme. Pero estaba tan adolorida que la solté. Dalma se acercó, mientras mamá intentaba levantarme. Me colocó a salvo. Dalma había usado su hocico para impulsarme. Ella todavía permaneció debajo.

El impacto fue… ¡Oh, Dalma!

No quise salir de casa por tres días. Y me encerraba en mi cuarto, viendo las fotografías donde Dalma se encontraba. Lloraba días y noches. Mi padre le ofreció un bonito entierro en el jardín principal de nuestra casa, con la esperanza de animarme. Dijo que era hora de avanzar y que con el tiempo, cuando lo superara, podría tener otro dálmata. Pero papá no lo entendía. Yo no quería un dálmata. Yo quería a Dalma. A mi dulce y fiel Dalma.

No he querido nada más. ¡Tonta fue Dalma! ¿Cómo se le ocurrió bajar de la calle? Intentaba ayudarme, lo sé. No hay que olvidar eso. Murió como un perro digno: cuidando de su amo.

Ha pasado un año. Aún no logró perdonarme. Si no hubiera sido tan torpe, si no me hubiera tropezado, Dalma seguiría viva. Ni siquiera me atrevo a mirar su tumba. Sólo mi madre, por mí, pone algunas rosas. Pero yo no puedo. No puedo…

Estamos en verano y mis padres habían planeado unas vacaciones aquí en África, para contemplar la belleza de los animales. Qué animales más bonitos y mugrosos hay por aquí. Estamos en el tour, montados en una caravana. Tengo puesto un sombrerito atado a mi cuello, para protegerme del calor. Pero es inútil, me asfixio. Ya he tomado dos botellas de agua. Mamá esta regañándome, pues no hay cómo pararme a hacer del baño. ¡Tonta, qué tonta soy! Ahora recemos porque no me entren las ganas.

¡Mira, papá, los leones! ¡Qué fieras! ¡Qué majestuosos! Los felinos son atractivos. Me pregunto si algún día me casaré con un felino… ¡Vaya!, ¿qué es eso? ¿Un qué? Ah, ya, he oído de ellos. Ri-no-ce-ron-te. Papá se ríe diciendo algo de una película animada llamada Madagascar. ¿Cómo espera que haya pingüinos aquí? Pero qué cosas dice.

Oh, los venados. Mmm, no me gustan. Mamá, dile al que maneja que se apresure, quiero dar la vuelta y ver leopardos. Si un felino se cruza en mi camino, que sea un leopardo. Con él sí me caso.

Espera, espera. ¿Pero qué…? ¿Qué animal es ese? No recuerdo haber visto uno en mis libros de la escuela. Vaya, pero qué cuello. Uy, qué piernitas tan flacas. Y esa carita tan… ¡Santo! ¡Tiene manchas! ¡Qué hermoso! Mamá, mamá, ¿qué es? ¿Qué es?

Ji-ra-fa. Es… es increíble. Míralo, papá, alzando su cuello. Pobre árbol. ¿Se alimenta así? ¡Genial! No, no hay que irnos. Quiero seguir viéndola. Oh, por favor.

Desde entonces las jirafas han sido mi adoración. Cada que veo alguna, de la forma que sea, brinco emocionada. Les he pedido una y otra vez a mis padres que me compren una. Me miran como si estuviera chiflada y me dicen que no habría espacio para ella. Lástima.

Me di cuenta entonces de que haría todo por algún día estar cerca de una jirafa. Era tanta mi expectativa, que incluso superé el dolor por la pérdida de Dalma. Descuiden, aún amo a los dálmatas, y pese a que no quise otro de nuevo, recuerdo con mucho cariño a Dalma. Voy a verla siempre que puedo y le pongo flores. Platico con ella. Aprendí que no fue mi culpa el que ella muriera. Las cosas pasan por algo y ella me protegió. Tuvo una buena vida mientras estuvo conmigo.

Tengo veinticinco años ahora. Conseguí mi sueño de estar cerca de alguna jirafa. ¿Cómo? Pues soy una chica encargada de dar los tours en los que las familias van a visitar a los animales, a convivir con ellos y apreciarlos, tomarles fotografías… admirarse por su belleza. Les doy toda la información sobre el lugar, sobre cada animal. Y todos me contemplan admirados cuando hablo sobre las jirafas. Algunos me dicen, incluso, que les he cambiado su visión sobre ellas. Otros me dicen que ahora tratarán a los animales de otra forma. Eso me alegra. Yo soy compañía diaria de esas jirafas y otros tantos animales tan esplendorosos, majestuosos, peligrosos… tiernos como las jifirafas. Ellas siempre están para mí, me ofrecen la mejor de las compañías. Porque los animales se merecen amor.

Ah, por cierto, no conseguí casarme con alguien con manchas… pero también tiene un gran cuello… y es toda una fiera para mí.

Poderosa NarrativaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora