CAPÍTULO 6

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Dos semanas habían pasado. Para sorpresa de Sara, Bin había sido mejor mesero de lo que pensaba, aunque los primeros días no paro de quejarse sobre el trabajo.

-La gente no tiene compasión por los meseros - dijo con falta de aliento, acostado en el sofá de la sala

-¿Te quejas en tu primer día? Sabes que tienes que acostumbrarte ¿no? - rio Sara

En esas semanas había aprendido bien y rápido la vocales, después de todo eran pocas. Pero empezó a hacer berrinches con las consonantes.

-¿Es que por qué la "C" suena distinta?

-¿Por qué las consonantes suenan distintas cuando son Batchim?

-¡Yo no invente el abecedario!

-¡Pues yo tampoco!

A Sara le causaba risa las muecas y pucheros qué Moonbin hacia al quejarse. Pero no todo era alegría. Bin había convulsionado otras dos veces. Una fue en el trabajo, fue atrás de la cocina. Sara dio gracias porque no había nada caliente cerca, aunque qué la zona en la que eran preparados los postres quedo hecha un desastre.

También Bin se sentía aturdido, había momentos en los que no sabía dónde estaba. Le costaba concentrarse, tenía que repetir las ordenes más de dos veces para no llevar una orden errónea. Se había desmayado en tres ocasiones. Su pecho dolía, se lo frotaba tanto que termino por rosarse, Sara tuvo que comprar una crema para él.

A veces escuchaba ruidos en la cocina. Bin comía en la madrugada pues tenía insomnio y otra veces dormia más y se le hacía tarde para el trabajo. Sara lloraba, no sabía que hacer para ayudarlo, se sentía impotente y la verdad le molestaba ir al hospital y hacer chequeo, tras chequeo. Y también se deprimía, continuaba diciéndo que tal vez nadie de su familia y amigos lo quería, Sara comenzó a pensar que probablemente también se debía a aquel líquido, era uno más de los síntomas.

A pesar de eso Bin había hecho su mejor esfuerzo para trabajar en casa y en el restaurante. Después de tres días de quejas.

Ahora mismo Sara lo había dejado trabajando, tenía que dejarlo solo en algunos momentos, debía de encargarse de los otros restaurantes y... Pagar viejas deudas.

Ahora mismo Sara estaba entrando a una pequeña mansión, con una piscina, diez cuartos, una cancha de basquetbol, cinco autos de lujo, más de veinte personas de servidumbre y guardias de seguridad rondando por cada zona, puerta y ventana de la mansión.

El dueño decía que era pequeña a comparación de sus otras tres manciones y su isla privaba en Estados Unidos.

Muy humilde.

A este le gustaba mantenerse ahí y con suerte algún día conquistar a la bella dama que había robado su corazón en ese pequeño pueblo.

-Estás de vuelta corazón - dijo el hombre sentado en su escritorio de madera

-No me llames así - escupió con asco

Sara no lo negaba. Un hombre atractivo, tenía elegancia y porte. Un perfil y mandíbula de Dios griego. El era un pelinegro de cejas y pestañas tupidas, unos ojos cafes claros, casi olivo. Y una barba que quedaba bien en él.

-Tan arisca como siempre ¿Ya te he dicho cuando amo tu carácter? - pregunto con una sonrisa poniéndose de pie y acercándose a Sara - Las más difíciles son las más dulce presa - intento acariciar su cabello pero ella dio un paso atrás

-Aquí tienes lo de este mes - extendío bruscamente un sobre grande de dinero, golpeando el abdomen del contrario - Por favor Erick, dejame pegarte más, hay más en el auto

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