🔪CAPÍTULO 25 - QUÉDATE🔪

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Al salir de la ducha, me sequé de manera superficial con una toalla y me vestí con lo primero que encontré

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Al salir de la ducha, me sequé de manera superficial con una toalla y me vestí con lo primero que encontré. Me dirigí al comedor, sentándome en el sofá, aún resentido por los resquicios de las heridas a medio curar. No podría volver a trabajar en un tiempo y aquello me agobiaba. Me puse con el móvil, viendo en las noticias que el gobierno tenía pensado iniciar una investigación en profundidad contra los Pecados Capitales tras las declaraciones de Pol Gamón en el juicio.

Suspiré. Teniendo a Lucifer como rey y ángel caído, ni los presidentes globales tendrían valor para cuestionarlo. Ya podría intentar interceder la Unión Europea, o Estados Unidos, o cualquier potencia mundial, que nadie lo tiraría de su trono. Era un hecho. Solo los ángeles estaban en condiciones de echarlo y cada cual estaba más aterrado de las consecuencias que tendría una rebelión.

Seguí deslizando el dedo en busca de datos de interés. Tras la muerte de su manager y los eventos relacionados con la purga, varias discográficas le habían ofrecido trabajo a Lise como forma de subirse al carro de la fama. Lo peor fue la sustitución de Bela como cabeza de portada. Aunque suave, su deterioro fue en aumento y su drogadicción no mejoró su reputación en lo más mínimo.

Vi aparecer a Cass en dirección a la cocina. Iba con una camisa a cuadros abierta y unas bragas negras. Su rostro era apático, neutro. No transmitía emociones.

Empezó a hacer sus tostadas y decidió hacer las mías también, sin preguntar. Hacía días que no comunicaba. De hecho, no la oí pronunciar palabra desde que volvimos de la mansión.

Paseando por las redes sociales, continué investigando. Hugo recibió una invitación al Pentágono de Estados Unidos. Al parecer, con intenciones de trabajar con ellos. Se desconocían los objetivos. Era extraño, pues la pereza no había dejado de viajar tras enterarse de que se cumplió la profecía. Lo veíamos en reuniones que hacíamos para alegrar a Bela de su naciente depresión, pero nada más.

—No puedes seguir sin hablar, cielo —le dije a mi melliza en un italiano acelerado, cansado—. Tienes que contarme cómo te sientes para que pueda ayudarte.

—No necesito ayuda —replicó ella, fría y distante, con el mismo sensual acento.

Siguió preparando el desayuno sin inmutarse. No hacía bromas, ni comentarios lascivos, ni sonreía. Tampoco le preocupaba cómo vestir y eso que ella adoraba ir arreglada. La notaba perdida en sus pensamientos la mayor parte de los días y no sabía acceder a su corazón acorazado.

La ópera de la soberbia [#1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora