Los mellizos de la lujuria, Cass y Thiago, asisten a la boda del rey de los pecados, Lucifer, con la intención de destronarlo. Cada una de las demás reencarnaciones, con sus virtudes y defectos, deberá elegir un bando y posicionarse en una guerra co...
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La limusina aparcó frente a las puertas de la lujosa mansión del rey Lucifer, un edificio más parecido a un museo que a un hogar. Al salir del vehículo, me cegaron los destellos de los paparazzi fanáticos que se morían por retratarnos a mí y a mi hermano. Hice una pose seductora, lamiéndome el dedo ante las cámaras. Eso les bastó para pelearse por la fotografía mientras yo me aferraba al brazo de Thiago para continuar nuestro desfile con elegancia. Mi sonrisa estaba cargada de malicia.
Ascendimos unas escaleras pisando una alfombra roja que se extendía hasta las puertas de oro macizo del lugar. Un par de guardias armados con rifles de asalto nos esperaban listos para dejarnos acceder al interior. El monarca de los pecados se había asegurado de que no hubiese altercados el día de su boda, así que, o bien conocía que un asesino pretendía atacarlo, o era demasiado orgulloso para admitir que tenía miedo de que la ceremonia no fuese como quería.
Conforme llegábamos a lo más alto de las escaleras, decidí dar media vuelta. Forcé a Thiago a detenerse y él me miró con el ceño fruncido.
—Hoy tengo ganas de divertirme —dije antes de levantarme la falda del vestido negro de mi madre hasta el muslo. Los destellos de las fotografías se convirtieron en un baño de luces parpadeantes—. Lo siento mucho, pero os vais a perder el resto. ¡Un abrazo, pervertidos!
Les lancé besos invisibles antes de volverme con una sonrisa de oreja a oreja. Thiago sonrió con orgullo y le guiñó el ojo a los paparazzi.
—Lleva cuidado con el alcohol, ya sabes cómo se pone el Ángel de la Muerte con las normas cuando nos desviamos demasiado a un pecado que no es el nuestro —advirtió mi hermano, que se recolocó la corbata del traje ceñido que portaba.
—Difícil, considerando que estoy liada con la gula —me relamí los labios, sintiendo la calidez del recibidor al entrar.
—¿También? —Arqueó una ceja, mirándome con sus ojos cargados de interés—. ¿Qué pecado te faltará por probar? Es una pregunta que no sé si quiero responder.
—Estarías orgulloso de la respuesta. —Alcé el mentón con altivez, mostrando la gargantilla del cuello.
Los salones estaban llenos de famosos, millonarios, cantantes, políticos y poderosos miembros de las grandes esferas. Ni en esas condiciones nos llegaban a las suelas a los representantes de la Camarilla. Paseamos como los príncipes que éramos a través de los pasillos que los humanos construyeron en señal de respeto. Yo lanzaba miradas provocativas de vez en cuando, mi hermano se llevaba las miradas de deseo de las duquesas con los músculos marcados en su vestimenta.