🔪CAPÍTULO 6 - TENSIÓN EN CHERKIROV🔪

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El despertador me hizo dar un brinco en el sofá

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El despertador me hizo dar un brinco en el sofá. Lo desconecté con una mano torpe y me quedé boca arriba, semidesnudo. No me planteaba demasiado por qué acababa en el ático de mi hermana entre tres y cuatro noches a la semana, dormido en su salón. Imaginaba que era porque su cercanía me daba comodidad y me hacía sentir como en casa. Ese hogar que tuvimos y redujeron a cenizas.

Habían pasado tres días desde que Lucifer había desaparecido. Lo buscamos por cada rincón de la ciudad sin éxito. Nadie sabía dónde se había metido. Lo único que sabía con certeza era que la corona ya no le pertenecía y, en su lugar, un vacío de poder ocupaba el trono.

Los Ángeles de la Muerte nos enviaron mensajes a los móviles sobre las votaciones que se celebrarían en el castillo de los Viejos Lores, principal sede de la Camarilla, a lo largo de la siguiente semana. Debíamos decidir quién de nosotros lo reemplazaría como monarca en su ausencia. Y todo se debatía entre Cass y Amanda. Antaño, la convocatoria de elecciones se hacía mediante cartas, cuando los Pecados Capitales no poseían los recursos para comunicarse con la tecnología. En la actualidad, suerte teníamos si todos recibíamos el SMS.

Vi aparecer a mi melliza del cuarto de aseo. Iba en ropa interior, frotando las manos por los ojos para deshacerse de las legañas. Bostezó y me lo pegó. Su rostro mostraba una inexpresividad apática que me preocupó. No era la típica cara de lujuria recién levantada. Era más bien un gesto de fatiga emocional.

—¿Has llorado? —pregunté, incorporándome entre los cojines que se precipitaron al suelo.

—Anoche practiqué el anal. —Puso los ojos en blanco—. El tío no era pequeño, para ser precisos. —Hizo un gesto con las manos indicando el tamaño aproximado, aterrador—. Pues claro que he llorado —contestó mientras se hacía unas tostadas—. ¿Hubo suerte en el distrito portuario?

—Nadie sabe nada. Ni los empresarios arrogantes ni las duquesas cotillas que vienen al hotel han oído qué ha pasado. Luci se ha ido. —Me encogí de hombros, notando el olor de la cocina y relamiéndome—. ¿Me haces un par a mí?

—Hazme un masaje, lávame los platos, limpia el baño, friega, tiende la ropa y entonces me lo pensaré.

Fruncí el ceño, chistando. Solté una carcajada melódica.

La ópera de la soberbia [#1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora