Aetheria

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La joven se acercó intrigada, pegando la frente al cristal tibio, pero apenas se alcanzaba a ver el interior a través del abarrotado escaparate. Laura se decidió a entrar. Alargó el brazo para girar el pomo y abrió la puerta con delicadeza, pero eso no evitó que el pequeño racimo de campanillas de latón que colgaba sobre ella, se pusiera a repiquetear, delatando su presencia al instante. La joven se quedó plantada nada más atravesar el umbral de la puerta, como clavada en el suelo, asombrada por el panorama que se extendía ante ella.

Olía a polvo y naftalina. La habitación rectangular, larga y estrecha, estaba prácticamente en penumbra, iluminada únicamente aquí y allá por dispares lamparitas que creaban un ambiente fantasmagórico generando sombras misteriosas. Las paredes estaban cubiertas por estanterías irregulares de madera oscura que llegaban hasta el techo, abarrotadas de libros y cachivaches de todo tipo y tamaño. En el suelo, envejecido por el paso del tiempo, se superponían montones de alfombras con diversas formas, colores y estampados; y en algunas mesitas había montañas de botecitos con plantas e insectos disecados.

A la derecha, detrás de un mostrador igualmente abarrotado, una mujer bajita y rechoncha la observaba fijamente tras una pila de libros y papeles. Llevaba un vestido de flores arrugado, que parecía muy usado y como polvoriento. Un pequeño delantal de cuero se ceñía a su robusta cintura. La mujer rondaría los setenta años, tal vez más. Tenía una cara redonda y pequeña y sobre la nariz puntiaguda, reposaban unas gafas pequeñas y doradas. La señora le dedicó una mirada por encima de los diminutos lentes y sonrió enseñando una perfecta hilera de dientes pequeños y blancos.

— Puedes pasar a echar un vistazo — dijo dirigiéndose a ella con voz pausada — Seguro que encuentras algo de tu interés.

Laura asintió devolviéndole la sonrisa y se alejó lentamente de la puerta para acercarse a la estantería más cercana. Anduvo un poco por allí, observando entusiasmada los diversos objetos, mientras poco a poco, sus ojos se iban acostumbrando a la penumbra.

En aquel momento sonó el teléfono y la dependienta se perdió en una pequeña salita que había tras el mostrador. Descolgó el teléfono y comenzó a hablar en voz baja contestando apenas con monosílabos.

Laura continuó paseando sin rumbo fijo entre aquellas montañas de objetos desconocidos, mirando aquí y allá, cogiendo de vez en cuando algún libro polvoriento para ojear sus páginas antes de devolverlo a su lugar, buscando algo que le llamara la atención, algo único, una de aquellas cosas que sólo se encontraban en sitios como este, aunque no sabía exactamente el qué. En el despacho, a lo lejos, seguía oyéndose la voz apagada y monótona de la librera que mantenía una larga conversación telefónica.

Y entonces Laura lo encontró, aquel objeto que llamó su atención. Sus ojos se clavaron sobre aquel libro de pastas rojas que descansaba en la tercera balda de una estantería polvorienta. Era como si el libro tuviera una especie de magnetismo que la atrajera irresistiblemente, llamándola. Cogió el ejemplar y lo miró por todos lados. Pesaba. Las tapas eran gruesas, del color del vino tinto. En el centro de la portada, marcado en relieve, había un símbolo, una triqueta. Y a su alrededor, en letras caprichosamente entrelazadas, una inscripción en una lengua desconocida. Pasó sus dedos por encima de aquella inscripción y una extraña sensación recorrió su cuerpo. Una mezcla de frío y calor al mismo tiempo. Y de pronto sintió que el momento era casi solemne. Lo abrió por la primera página y al hojearlo por encima, vio que el texto estaba escrito en una tinta brillante, como si estuviera recién impreso. Instintivamente pasó sus dedos por las líneas, pero la tinta estaba completamente fija al papel.

"En los albores de los tiempos, antes de que la luz y la oscuridad trazaran sus eternos caminos en el firmamento, nació Aetheria, una tierra de maravillas insondables y misterios profundos. Este mundo, forjado en el crisol de los elementos primordiales, se convirtió en el hogar de razas diversas y reinos esplendorosos, cada uno tejido en el tapiz de la historia con hilos de poder, sabiduría y magia. Aquí, en estas páginas, yace la crónica de Aetheria, desde sus inicios, cuando los dioses aún caminaban entre los mortales, hasta la era de héroes y leyendas que dieron forma a su destino."

Aetheria. Las Hijas de los Dioses - Libro 4Donde viven las historias. Descúbrelo ahora