Paris mon amour

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El día siguiente amaneció soleado. Marie las despertó a las ocho con un delicioso olor a crepes recién hechos. Laura se puso unos vaqueros y una camiseta a rayas y las tres fueron a la cocina a desayunar. La anciana mujer las saludó al verlas. Llevaba un alegre delantal con grandes flores y el pelo recogido en un moño bajo mientras se movía con gracia por la cocina.

— Mira — sonrió Ana — Es el delantal que le regalamos ¿recuerdas?

Sara le devolvió la sonrisa asintiendo. Las tres chicas ayudaron a Marie a terminar de preparar el desayuno y luego se sentaron todas a la mesa. Eran los mejores crepes que Laura había probado en su vida. Tenían un ligero sabor a canela y eran cremosos en la boca. Terminado el desayuno, Marie se negó a que la ayudasen a recoger, y las apremió para que se pusieran en marcha.

Una vez en la calle Ana y Laura esperaron obedientes a recibir órdenes de Sara.

— Podemos ir andando, sólo estamos a diez minutos — propuso la joven y las miró esperando que sus amigas dijesen algo

— Lo que tú digas — dijo Ana encogiéndose de hombros — Tú eres la que sabe manejarse mejor por aquí.

— Está bien. Pues vamos.

Las tres amigas se pusieron en camino guiadas por Sara hasta la Rue Saint-Jacques y continuaron el resto del trayecto hablando distraídas. La calle estaba abarrotada de gente desayunando en las bonitas terrazas que ocupaban las aceras a uno y otro lado. En cuanto giraron y tomaron la Rue Saint-Julien le Pauvre las torres de la catedral de Notre-Dame aparecieron en el horizonte. En pocos minutos habían cruzado el Puente au Double y observaban maravilladas la imponente construcción.

— Obra maestra del gótico, Notre-Dame de París vigila la capital — comentó Sara leyendo en voz alta su guía de viajes — Sus torres de 69 metros de alto dominan l'île de la Cité, y desde su explanada pueden verse quimeras y gárgolas que destacan formando un extraordinario bestiario.

Laura miraba asombrada el monumento. A pesar de haberlo visto anteriormente en fotos, estar allí delante era impresionante. Observó las gárgolas de piedra que sobresalían de las torres, oscurecidas por el tiempo, con sus formas fantásticas y siniestras. El graznido de un cuervo a su espalda la sobresaltó haciéndole dar un respingo.

Sara y Ana soltaron una carcajada.

— No tiene gracia — protestó Laura.

Los ojos negros del pajarraco fijos en ella hicieron que un escalofrío bajara por su espalda.

— Es como si me mirase.

— Anda ya Laura, no digas tonterías. Venga vamos.

Las tres amigas se pusieron en marcha de nuevo aunque Laura se volvió una vez más para ver al animal que justo en ese momento alzaba el vuelo. Continuaron paseando por la l'Île de la Cité rodeando el río en dirección a La Conciergerie. Lo primero que vieron fue la Torre de l'Horloge y de nuevo Sara adoptó su papel de guía.

— Fue el primer reloj público de París. Todavía da la hora y es admirado por su rica decoración.

— ¿Y el edificio? — preguntó Laura interesada.

— Es el antiguo palacio real medieval, La Conciergerie, sede de los soberanos franceses del siglo X al siglo XIV. A partir de la década de 1360, cuando los reyes de Francia se trasladaron al Palacio del Louvre, se convirtió en la sede del tribunal de justicia y sirvió de prisión hasta 1934.

— Pareces una auténtica guía — bromeó Ana.

— ¿No había estado aquí encerrada la reina Marie-Antoinette? — Laura observaba el edificio frente a ellas.

Aetheria. Las Hijas de los Dioses - Libro 4Donde viven las historias. Descúbrelo ahora