La Asamblea

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El salón de la Gran Asamblea estaba lleno hasta el último rincón. Los líderes de las diversas facciones humanas, cada uno con su propio conjunto de intereses y preocupaciones, se habían reunido bajo el techo de altos arcos y murales que contaban la historia de su mundo. Sentados en una mesa en forma de u, discutían animadamente con sus afines antes de que la sesión diera comienzo. En la cabecera de la mesa, cuatro sillas permanecían vacías esperando a los miembros más eminentes del consejo. Mientras, el resto de asistentes iban llenando los bancos distribuidos regularmente por la sala. La tensión en el aire era palpable; las decisiones que debían tomar ese día podrían alterar el delicado equilibrio de su mundo irremediablemente.

Una vez dentro la anciana mujer soltó a Laura y se dirigió apresurada hacia una chica joven que bebía de una bonita copa a pequeños sorbos. Laura se quedó plantada delante de la puerta. Aquel lugar no le producía ninguna tranquilidad, y aunque pudo distinguir de entre los presentes varias caras de las que había estado viendo esos días, se sentía observaba, juzgada incluso, por aquellas personas.

La estancia era amplia y luminosa. El suelo de madera oscura y las paredes de piedra le daban un aspecto medieval. Aquella habitación le recordó a un juzgado. Aquello le hizo ponerse aún más nerviosa. La mayoría de los bancos estaban ocupados por personas que hablaban e intercambiaban papeles con sus compañeros, y aun así había varias personas más de pie, entre las que estaban Lanette, Darius, Myranda e Hilda. En una esquina apartada de la puerta, un muchacho joven escribía concentrado en un largo pergamino mojando de vez en cuando una pluma en un pequeño tintero. El joven la miró y unos oscuros ojos la atravesaron. Aquella mirada fría terminó por quitarle la poca serenidad que le quedaba.

Lanette se acercó a ella apresurada y le sonrió nerviosa.

— ¿Qué tal?

Laura se limitó a esbozar una débil sonrisa. A lo que Lanette contestó.

— No te preocupes, todo irá bien.

La chica se apartó el pelo de la cara y la tomó de la mano.

— Ven, será mejor que te sientes entre nosotros.

Se sentaron en una de las últimas filas, junto a Hilda y a Myranda que le sonrió entusiasmada. Y de pronto el bullicio cesó, y todos se acomodaron en sus asientos guardando un sepulcral silencio.

Una pequeña puerta que había al otro lado de la sala se abrió y por ella entraron cuatro personas con semblante serio que tomaron posiciones en los butacones tapizados al frente de la mesa del consejo. Laura recordó haberlos visto con anterioridad: el general Tharion, una mujer de cabellos rosados cuyo nombre no recordaba, aquella niña a la que había oído llamar Lady Marwen y por último el Gran Consejero Eldrin, con aspecto severo pero justo que se dejó caer pesadamente en uno de los butacones.

Entonces Laura volvió a mirar al chico que escribía. En estos momentos tomaba notas apresurado, casi sin mirar el tintero cada vez que debía volver a mojar la punta de su pluma.

Myranda se acercó más a ella, para susurrarle al oído mientras la tomaba de la mano con fuerza.

— Esto es tan emocionante.

Laura se volvió para observar su rostro iluminado.

— ¿Quiénes son?

Myranda hizo un leve gesto señalando a cada uno.

— El general Tharion es toda una leyenda. Era la mano derecha del rey y proviene de una de las familias más poderosas. La del pelo rosa es la comandante Seraphine, dicen que es una estratega increíble. Nadie había ascendido nunca tan rápido. Esa de ahí es Lady Marwen. Toda su familia murió en la primera gran guerra y ella ha heredado todos los títulos y negocios convirtiéndose en la líder de los comerciantes del este.

Aetheria. Las Hijas de los Dioses - Libro 4Donde viven las historias. Descúbrelo ahora