Elyan

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Desde su posición, en el interior del carromato, Laura podía percibir fragmentos de una conversación frenética y tensa. Las palabras llegaban a ella como ecos distantes, frases cortas cargadas de una urgencia palpable, órdenes cortando el aire con su gravedad. Fuera, cerca del vehículo, Lanette hablaba con Darius, sus voces entrecortadas por la ansiedad y el miedo, entremezclándose en un flujo acelerado y casi incoherente.

Laura afinó el oído, intentando captar cada matiz de aquella conversación desesperada. Lanette, normalmente tan segura y calmada, ahora sonaba al borde del colapso, su voz temblorosa haciéndose eco de su temor.

— ¡Darius, el ataque... no podemos... debemos irnos ahora! — decía, sus palabras tropezando una con otra en su prisa.

Darius también parecía preocupado. Pero su voz seguía siendo grave, medida, cargada de responsabilidad.

— Lanette, debes proteger a Laura, ¿entendido? ¡No pueden encontrarla aquí!. — el ruido continuaba de fondo, como una tormenta que se avecinaba a lo lejos — Te prometo que nos reuniremos en cuanto sea seguro pero ahora tenéis que marcharos.

— Debería quedarme contigo... — susurró Lanette.

— Mírame — le pidió él en un tono que destilaba tanto amor como miedo — Estaré contigo antes de que tengas tiempo de echarme de menos.

— Más te vale — respondió la joven tratando de sonreir.

En medio de aquel caos, un momento de ternura fugaz se abrió paso. Darius, le pidió a Lanette un beso, breve, apenas un roce de sus labios que sellaba promesas y despedidas no dichas, un hasta pronto en medio de aquella tormenta.

Lanette subió de inmediato al carromato en el que Laura se encontraba y con una orden apresurada, el transporte se puso en movimiento, sacudiéndose con violencia al avanzar a gran velocidad. El sonido de las ruedas golpeando el suelo irregular se mezclaba con el latido acelerado de los corazones de sus ocupantes. Ninguna de las dos hablaba; el silencio era tan denso que parecía un ente propio, acompañado solo por los suspiros esporádicos de Lanette, que resonaban en el espacio confinado. Laura, aún debilitada y confundida, volvió a cerrar los ojos cediendo al sueño.

Hacía rato que el sol se había puesto cuando el carro ralentizó la marcha hasta detenerse por completo.

— ¿Cómo te encuentras? — preguntó Lanette al ver que Laura comenzaba a incorporarse abriendo los ojos.

— Mejor, creo.

Lanette se asomó por la pequeña ventana y una sonrisa se dibujó de inmediato en su rostro.

— Vuelvo enseguida. Espérame aquí — dijo la joven, y a continuación bajó apresurada del carromato dejando allí a Laura.

La curiosidad no tardó en invadir a la joven, que sigilosamente se acercó a la pequeña ventana situada a su derecha para observar el exterior. Afuera, tres carromatos más se alineaban junto al suyo. Los caballos, libres de sus arneses, pastaban tranquilamente, mientras sus dueños revisaban con diligencia la carga, asegurándose de que todo estuviera en orden.

A cierta distancia, un grupo de cinco personas captó su atención. Reconoció inmediatamente a Hilda y Myranda hablando y señalando el camino. Junto a ellas Lanette se reecontraba con Darius fundiéndose en un abrazo que transmitía un alivio palpable, liberando de golpe el miedo y la tensión acumulados durante aquellas horas de viaje. Pero fue la quinta figura la que enseguida captó por completo su atención.

Era un chico joven, tal vez un par de años mayor que ella. Tenía el cabello negro, oscuro como una noche sin luna, y las ondas despeinadas de su flequillo le daban un aspecto un tanto rebelde e irresistiblemente atractivo. Era alto, y su cuerpo una combinación perfecta de fuerza y agilidad. Los músculos de sus brazos y su torso se marcaban sutilmente bajo la tela de su camiseta negra creando un contorno que atraía la mirada de Laura de forma ineludible obligándola a tragar saliva. Cada línea de su figura parecía esculpida con un propósito, combinando robustez y elegancia. Tenía los brazos cruzados sobre el pecho, y el ceño ligeramente fruncido mientras escuchaba atentamente a Darius. Su porte emanaba confianza, una seguridad en sí mismo que no requería de alarde alguno. Jamás había visto a aquel chico pero su hermosa figura se grabó en su mente en aquel mismo instante. Una chispa se encendió en su interior. Cálida. Excitante. Una atracción instantánea la invadió. Era como si una fuerza magnética la atrajera hacia él, una conexión que iba más allá de lo físico. Su corazón latió más rápido, y por un momento, el bullicio a su alrededor pareció desvanecerse, dejándolos a ellos dos en un mundo aparte.

Aetheria. Las Hijas de los Dioses - Libro 4Donde viven las historias. Descúbrelo ahora