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ε=ε=ε


Hyungwon entró en estado de shock cuando le confesé mis intenciones de acudir a un especialista con Hyunwoo para demostrar, ¡por fin!, quién lo había destrozado todo.

En resumen, Hyungwon estaba convencido de que todos los psicólogos eran una paria social. Personalmente, sabía que su odio indiscriminado estaba fuertemente ligado a su trabajo como abogado. Le habían fastidiado varios casos, alegando que el paciente no era plenamente consciente de sus facultades mientras le clavaba un cuchillo al vecino de enfrente o que la Señora Park sufría bipolaridad... y al parecer eso anulaba su condición como asesina en serie.

Sin embargo, no me importaba lo que opinasen mis amigos (Minhyuk aseguró que todo lo que necesitábamos era amor, como si fuese un eslogan televisivo de una nueva telenovela venezolana.) Estaba dispuesto a demostrarle al mundo lo mal que lo había pasado.

Hyunwoo me recogió por la tarde con diez minutos de retraso.

¿Por qué?, ¿por qué no podía ceñirse a la hora establecida?

Pasado un rato de tortuoso viaje ― dado que no pensaba tocarle ni agarrarme a él―, nos desviamos de la avenida principal y perdimos de vista la maravillosa costa de Jejú. El camino de asfalto se esfumó, dando paso a un sinuoso sendero de gravilla. La motocicleta traqueteaba entre nubes de polvo que lo envolvían todo a su paso. Si no fuese porque a ambos lados del sendero había un sinfín de vegetación, hubiese jurado que nos encontrábamos en medio de un desierto.

Apagó el motor del vehículo tras estacionar frente a una caseta de mala muerte. Vale, no era exactamente terrorífica, el desorden que se atisbaba a ver desde el exterior tenía su encanto... si deseabas vivir como un ermitaño, claro está, o si eras un fan incondicional de The Walking dead.

No, definitivamente ese lugar no podía ser la consulta.

Miré a Hyunwoo con suficiencia.

―Te has equivocado ―apunté―. Reconócelo: nos hemos perdido.

Las comisuras de sus ojos se arrugaron ligeramente cuando me mostró una sonrisa.

―Es aquí ―aseguró―. Venga, ¡entremos!

Dejándome trastocada, comenzó a caminar hacia la verja principal. La abrió sin siquiera llamar ―¿Allí no estaban familiarizados con la palabra <<ladrones>>, verdad?―, y se internó en la propiedad.

Temiendo que de pronto me atacase algún animal salvaje, dado que me encontraba en medio de... ¡la nada!, le seguí.

La propiedad era una casita de madera que parecía bastante antigua.

Colgados de puertas y ventanas había infinidad de hilos repletos de pequeñas piedras que giraban movidas por el viento, brillando bajo el sol.

Cada ventana estaba pintada de un color diferente. Y cada cortina de cada ventana tenía una textura distinta. En resumidas cuentas: no había nada que conjuntase en aquel lugar.

En lo alto de la caseta, encaramado al inclinado techo de madera, había una veleta con forma de gallo. Pero no se movía. No funcionaba. Y tumbado sobre una hamaca ―un raído trozo de tela atado a dos postes de madera―, descansaba el gato negro más terrorífico con el que jamás me había topado. Al fin entendía por qué los asociaban con las brujas y la mala suerte; tenía los ojos de un intenso color naranja y me miraba fijamente sin pestañear.

Esperamos pacientemente, después de que Hyunwoo llamara a la desvencijada puerta de madera golpeando con los nudillos. La propiedad se veía tan tenebrosa, que estuve tentado a abrazarle, admitir que él tenía razón en todo y que era un Santo, para segundos después rogarle que me sacara de allí.

Otra vez tú _Adaptación -ShowkiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora