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Cocoliche estaba igual a como Julián lo recordaba. La decoración simple pero colorida y moderna le daba al lugar una vibra muy cálida, y la barra estaba tan abastecida como para poder emborrachar a la gente hasta el coma etílico.

Todavía recuerda las primeras veces intentando entrar sin éxito, con Paulo y Cristian como acompañantes en sus andanzas fracasadas. Hasta que al fin pudieron conseguir un documento falso para cada uno, y lograron entrar con éxito, aún siendo menores de edad.

Hacían desastre cada vez que salían, desde ponerse en un estadio de ebriedad casi letal, hasta destruir sus propios sentidos del pudor y la vergüenza.

Mudarse de Córdoba, su hogar de toda la vida, a la ciudad de la furia, fue un cambio tan radical que tuvo enormes consecuencias en su comportamiento y personalidad. La más fuerte fue su repentina rebeldía a cualquier tipo de autoridad que no fuera la de su consciencia. Pasando por alto incluso la de sus padres, muchísimas veces.

Leandro intentó hacerlo recapacitar varias veces, pero él no aceptaría las palabras de consuelo y contención de alguien que estaba feliz por volver a vivir a Buenos Aires.

Por suerte la vida lo encontró con Cristian y Paulo en la escuela secundaria. Otros dos cordobeses obligados a mudarse que se sentían igual que él, como sapos de otro pozo. De manera inevitable se volvieron amigos inseparables, y con el tiempo formaron una hermandad tan pura y mágica, que Julián podría jurar que venía de vidas pasadas.

Bueno, eso si no fuera por el detalle de que sus dos amigos decidieron un día que estaría genial enamorarse del otro, dejándolo de lado.

Y suena mal, pero jura que los celos que sintió de ambos lo acompañaron tanto tiempo, que en momento lo hicieron sentir enfermo.

¿Si sabía la causa de los mismos?

Por supuesto que sí, pero se llevaría esa confesión y esos sentimientos a la tumba.

Con los meses, y lastimosamente, la ayuda de Agustín, logró superarlos. Para luego caer en su propio infierno personal, porque la fase de luna de miel con el chico de Vicente López le duró, como mucho, un mes. Y después empezaron a llegar los reclamos, los celos absurdos, la posesividad y la toxicidad, y otro millón de banderas rojas que odiaría tener que enumerar por el golpe directo a su dignidad que eso significaba.

Le prohibía desde salir a boliches o cualquier tipo de joda, hasta ir a la plaza con sus compañeros de facultad a hacer algo tan simple como tomar mates.

El tipo era un enfermo, y por fin lo había entendido.

Así que ahora disfrutaría su soltería a más no poder, porque se había perdido de una de las mejores etapas de su vida por andar creyendo que un enfermo obsesionado con él era lo más cercano al amor que obtendría.

¿Tenía bronca? Obvio.

¿Iba a desquitarse? Pero claro que sí.

ᴀᴍᴀɪɴᴀʀ / ᴀᴜ! ᴇɴᴢᴜʟɪᴀɴDonde viven las historias. Descúbrelo ahora