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Un suspiro escapó de sus labios lastimados mientras escribía las últimas palabras de aquel párrafo en el teclado de su computadora. La mala costumbre de morderse los labios para distraerse había vuelto producto del estrés, cuando retomó aquella mañana el maldito trabajo práctico de Inglés Técnico. 

Todavía no terminaba de entender por qué esa materia estaba en su carrera, pero sabía que en caso de preguntar solo recibiría una respuesta rebuscada y para nada satisfactoria. Así que prefería quedarse con la intriga, o mejor dicho, con la poca paciencia que le quedaba para esas alturas del año.

Las vacaciones de invierno estaban literalmente a uno pocos días de distancia. Solo tenía que terminar esa semana de cursado y la siguiente sería definitivamente la última. Era fácil notar que todos estaban igual de desesperados que él, o incluso peor, por la manera en la que nadie a su alrededor parecía tener ganas de hablar o hacer algo que no fuese tener la cabeza hundida en apuntes o libros.

No había mejor consuelo para él, que pensar que faltaba casi nada para estar encerrado en su pieza, durante todo el día sin ninguna preocupación más que relajarse, y muy seguramente, con Enzo ocupando el lugar vacío de su cama para ayudarlo a enfrentar el frío estacional que se hacía cada día más presente. Amaba el invierno, porque significaba ropa grande, café caliente, acostarse y taparse hasta el cuello, días nublados, y ahora podía agregar una nueva, dormir haciendo cucharita con su novio.

Su mente divagaba intentando conectar dos neuronas, porque aquel archivo abierto en word en la pantalla de su notebook, tenía que entregarse a más tardar pasado el mediodía. Eran las diez de la mañana y le faltaba casi la mitad. Así que además de todas sus preocupaciones, tenía que luchar contra el estrés y su maldita paranoia de que no iba a llegar.

La culpa de todo el lío en su cabeza la tenía una sola persona, y era Paulo

Porque después de recibir esos mensajes aquella madrugada después de volver de la cena en la casa de Enzo, no pudo pegar un ojo en toda la noche. Y aunque ya habían pasado tres días desde aquello, todavía seguía dándole vueltas en la cabeza.

Más aun cuando decidió contestarle, porque aunque la ilusión de que las cosas podían salir muy bien y él podría recuperar a sus amigos de toda la vida no tardó nada en formarse en su pecho, al mismo tiempo se clavó en su ser la espinita de que Enzo estaría muy molesto. Porque él había sido quien lo consoló en las noches donde la nostalgia le ganaba y terminaba llorando por ambos cordobeses, dejando salir su dolor y expresando todo el sufrimiento que la situación le causaba. Y sus palabras seguían grabadas a fuego en su mente. "Ellos no te merecen Julián, sos demasiado bueno como para ver que los dos son tóxicos, porque otra razón no hay para justificar que tu felicidad les moleste". Y él lo sabía, por Dios que sí; pero una pequeña parte de él, la que había crecido en el medio del caos teniendo solo la compañía y el amor de Cristian y Paulo, quería creer que las cosas serían diferente. Eran sus amigos, sus mejores amigos, y pese a toda la historia y las acciones que habían tergiversado su relación, deseaba volver a la hermandad sólida en la que solía refugiarse cuando todo estaba mal y solo quería afecto.

Entonces ahora que por fin las cosas estaban aclaradas entre ellos, o estaban encaminadas estarlo, debía encontrar la manera de convencer a Enzo de escucharlos y hablar con ellos, cosa que apostaba no sería nada fácil. Sobre todo porque ya conocía al morocho lo suficiente como para saber que aunque los perdonase, siempre tendría esa desconfianza para con ellos.

ᴀᴍᴀɪɴᴀʀ / ᴀᴜ! ᴇɴᴢᴜʟɪᴀɴDonde viven las historias. Descúbrelo ahora