𝔼𝕡𝕚𝕝𝕠𝕘𝕠.

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Algún tiempo después.















































































Enzo se despertó esa mañana por la claridad casi cegadora que sus ojos notaban a través de sus párpados cerrados a pesar de estar dormido. Dando una breve mirada en dirección de la ventana de su habitación, comprobó con recelo que sería otro día muy soleado de aquel junio infernal. No entendía cómo hacía calor cuando se supone tendría que estar helando.

La luz bañaba completamente el cuarto, y el morocho se encontró en su rutina diaria de arrepentimiento por no haber luchado más cuando su novio insistió en que era una buenísima idea colocar cortinas blancas por toda la casa.

Él era un fiel creyente de que uno debía despertar cuando el cuerpo se sintiese completamente descansado y recargado. No cuando la naturaleza quisiera.

Según el castaño, despertar con la luz del sol haría que sus días fueran más productivos y sus energías fluyeran con naturalidad y tranquilidad.

O algo así. No cree haberle prestado atención a su novio cuando llegaron al pasillo de electrodomésticos de aquel lugar al que fueron para comprar todo lo necesario para su nuevo hogar, y vió la Playstation 5 en uno de los estantes.

Tristemente no había tenido para darse ese lujo.

Había cosas más importantes, más importantes para su hogar.

Una pequeña casita que quedaba a dos cuadras de la casa de sus padres. Les había costado meses de ahorro, turnos extra, la ayuda muy generosa de varios familiares y muchísimo, muchísimo trabajo duro.

Tuvo que dejar su puesto en el taller, porque aunque muy en el fondo disfrutara de trabajar junto a su cuñado, lo que ganaba ya no era suficiente para todos los gastos que tenía que cubrir. Leandro lo entendió, porque el negocio estaba indudablemente lento.

Consiguió trabajo en una fábrica de automotores, y aunque las labores eran mucho más pesadas, se dejaban reflejar en el generosísimo sueldo que cobraba cada mes.

Julián se había recibido al final de aquel año, y al instante había encontrado trabajo en una prestigiosa clínica privada por ser uno de los graduados más destacables de su promoción.

Entonces lo lograron, con el tiempo en contra de ambos, pero lo hicieron.

Nada barato llegaba sin sacrificio, y Enzo pudo reafirmar aquello cuando llegaron por primera vez a la que sería su casa. Su hogar, de él y Julián.

Y claro, de su hijo.

Las condiciones de la vivienda eran no menos que deplorables. Paredes con humedad, cerámicos rotos en el suelo de casi toda la casa, ventanas oxidadas, cesped tan alto como una selva en el patio, y podría seguir enumerando todos los defectos que descubrieron con cada paso que daban en aquel lugar.

Pero definitivamente lo que más le molestó fue la mirada dudosa y apenada de su novio. Mirando a su alrededor como si no pudiese creer que tanto esfuerzo y sacrificio hubiese resultado en aquello. Y él también estaba molesto, muchísimo, pero no era momento de dejar que las emociones negativas le nublaran el juicio.

ᴀᴍᴀɪɴᴀʀ / ᴀᴜ! ᴇɴᴢᴜʟɪᴀɴDonde viven las historias. Descúbrelo ahora