Capítulo VIII

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|hope ur ok – Olivia Rodrigo|

Todavía recuerdo cuando Cameron nos contó que sucedía en su casa.

En épocas decembrinas, un día después de navidad, en la noche Cameron llamó por el chat de grupo de los tres. No habíamos llegado a ese nivel de confianza, ya que él era el nuevo del salón y nos estábamos conociendo.

Yo estaba en mi escritorio buscando pósters en internet para pegar en las paredes de mi habitación. La llamada no me alarmó, solo pensé que él estaba aburrido y quería hablarnos, lo que cualquiera pensaría. Él tenía la voz agitada y rota, de fondo se podía escuchar a su hermano llorar. Los dos esperamos a Stella hasta que por fin se conectó.

Lo único que nos dijo era que nos encontremos en la cafetería dónde trabajaba. Me costó darle explicaciones a mi padres antes de poder irme, e incluso casi fui en pijamas, pero el frío hizo de las suyas y me tuve que cambiar.

La ligera nieve estuvo presente en todo momento cuando Stella y yo caminamos hasta el lugar. Ella llevó un bolso con algo que no me quería decir, y no la cuestioné.

En el local estaba Cameron sentado en la parte de atrás de una camioneta vieja de color rojo, y su hermano estaba sentado dentro jugando con una consola.

—Entren.—Señaló la puerta y se bajó del carro.

—¿Vas a dejar a Marcus ahí?—Preguntó mi amiga.

—Le dije que podía entrar y no quiso.— Nos empujó la puerta— Después de ustedes.

Entré primero y ellos me siguieron.

—Bueno, ¿Qué quieren comer?

—¿Nos llamaste para robar el restaurante?—Cuestioné.

No supe qué intenciones tenía, pero esperé que no fueran malas, ya había visto muchos documentales de asesinos.

—Traje dinero.— se deslizó por el mostrador directo hacia cocina.

Todos comimos hamburguesas —incluso su hermano—. Dejamos el dinero en la caja registradora y una nota de parte de Stella diciendo lo que hicimos y le pagamos.

Luego de alguna manera terminamos en el techo del local viendo las escazas estrellas en silencio. La primera que se levantó fue mi amiga, sacó de su bolso una botella de vino tinto.

—¿Qué haces con eso?—dije.

—Tranquila, si no quieres no tomes, no te voy a presionar.—Destapó la botella— Es de mi mamá, la saqué de la alacena de licores. También había vodka, pero mejor lo dejamos para otro trauma.
Ella le dio un sorbo.

»¿Quieres, hermano?— Le tendió la botella a Cameron y el se sentó para beber. Luego de unos minutos decidió hablar.

—Desde que nos mudamos de Michigan, mi padre empezó a golpearme —dijo en un susurro.

El ambiente se tornó tenso, la única idea que tenía en la cabeza era darle un abrazo, no podía dejarlo así. Lo rodeé con mis brazos y mi amiga hizo lo mismo. Escuchamos los sollozos de Cameron durante un rato, aunque ninguna de las dos dijo nada.

Ese maldito verano [EN PROCESO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora