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⸻ En los Decimos Juegos del Hambre, Adiane Argyros del Distrito Dos es seleccionada como tributo y viaja al Capitolio, donde se encuentra con su antiguo amor, Sejanus, ahora en una posición social diferente.
Coriolanus Snow, el...
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⸻ ADIANE LLEVABA MUCHO tiempo observando el techo. Pensaba muchas cosas, entre ellas; el cambio repentino de Sejanus.
La intensidad de lo ocurrido en el quemador reverberaba en su mente, dejando un eco persistente en sus pensamientos. Adiane discernía claramente la turbación que había generado en Sejanus tras presenciar su implacable acto con Erryk, aunque intuía que, de alguna manera, su presencia en la arena ya había expuesto su naturaleza, revelando su capacidad para obrar en pos de la supervivencia.
No obstante, la conducta inusual de Sejanus durante aquella noche resonaba con desconcierto en cada gesto. En ocasiones, su indiferencia se volvía tan palpable que llegaba a resultar perturbadora como la partida temprana de él esa mañana, probablemente para evitar su encuentro, generaba una sensación de malestar en Adiane.
La ausencia de Sejanus dejaba un vacío desalentador. Él era el único que aún la contemplaba con un amor inalterable, sin importar las circunstancias. Este cariño incondicional le confería a Sejanus un último lugar especial en su corazón, llevándola incluso a contemplar la posibilidad de huir juntos, sin importar el destino.
A pesar de anhelar el resplandor de la fortuna que aguardaba, estaría dispuesta a abandonarlo todo si eso significaba retener a Sejanus y persuadirlo de un regreso eventual.
Mientras se preparaba para dirigirse nuevamente a la base, su mirada se posó sobre la carta enviada por Edine, pero optó por ignorarla momentáneamente. La aprehensión de revivir el dolor latente la llevó a postergar el abrir el sobre.
Al abandonar su casa, las miradas que antes la enaltecían ahora parecían juzgarla, como si todos a su alrededor hubiesen descubierto sus actos.
Al llegar a la base, observó la agitación constante de los agentes de la paz, algunos en veloz carrera y otros deambulando con serenidad, una escena que auguraba inquietud en el aire.
— ¡Eh, usted! — un agente exclamó mientras ella cruzaba la rejilla de acceso. — ¿Qué hace aquí? — el hombre se aproximó con el ceño fruncido, despreciándola con una mirada de arriba abajo.— Vengo a visitar a mi pareja, tengo el permiso del general para hacerlo.
