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El silencio que reinaba en los pasillos de la universidad era falso, así como la quietud aparente que les rodeaba. No había razón para sentirse amenazados, sin embargo, en el ambiente podía percibirse cierta tensión y un resquemor imposible de disimular. Jane observaba al policía, mismo con el que se toparon mientras buscaban, entre los pasillos de la planta baja, una salida del edificio, una que no diera con la avenida principal. Observó en el uniformado cierta incomodidad, una que parecía tenerla a ella y a Vincent como principales responsables. Él observaba, desde una esquina, la charla de los estudiantes a los que debía proteger y, sobre todo, de los dos que se habían incorporado por casualidad.

Vincent se permitió ignorar el horrible contexto que los rodeaba gracias a un viejo conocido: Alexander, uno de los muchachos con los que iba a disfrutar del partido. Hablar con su amigo reconfortó su mente y le hizo olvidar, por un breve instante, que el mundo se había terminado a su alrededor. Bromeó con él acerca de los horrores que habían visto y teorizó sobre aquello que podría ser responsable, sin embargo, Alexander no se hallaba de buen ánimo para responder al delirio emotivo de su compañero.

Arthur meditaba sus próximos pasos, pues ahora su trabajo era cosa seria. Debía custodiar a cuatro estudiantes, la planta baja estaba limpia, al menos en apariencia. ¿Podía dejarlos ahí mientras buscaba al resto de refugiados? ¿O acaso sería un acto de irresponsabilidad? Lo cierto era que no tenía mucho tiempo para meditar en ello. Debía actuar, rápido.

—Central, digo... Rita—dijo Arthur—. Dame buenas noticias, por favor.

—Un equipo está combatiendo con enloquecidos en la entrada principal, ya son veinte bajas, todas de estudiantes. ¿Has pensado en qué hacer?

Él guardó silencio y suspiró hastiado. Ya había hecho demasiado, ya había jugado a ser el héroe. Si las fuerzas especiales estaban en la universidad, ellas deberían ocuparse de los refugiados, no él.

—Nos iremos, Rita—dijo—. Tengo a más supervivientes conmigo, no puedo arriesgarlos.

—Entendido, lo comunicaré a un superior. Lo hiciste bien, Artu, no necesitas hacer nada más. Ve a un lugar seguro, de ser posible a la azotea.

Cerró la transmisión, impotente acerca de la decisión que había tomado. Sabía que, si esos estudiantes habían decidido resguardarse y no escapar era porque, de algún modo, estaban rodeados.

—¿Cómo crees que estén las cosas afuera? —le preguntó Vincent a su amigo.

—¿Cómo van a estar? Mal, imagino. Saldremos en televisión, eso tenlo por seguro.

Arthur sonrió. ¿Cuántos años tendrían esos dos? Se comportaban como adolescentes, mientras él intentaba pensar en frío. Una sonrisa se dibujó en su rostro, después de todo, en algún momento debían relajarse y volver a actuar como lo que eran: simples estudiantes. Si ellos se comportaban así, quizá fuese porque se sentían seguros. Sin embargo, el oficial no podía guardar su arma, se sentía obligado a llevarla en su mano derecha, lista para disparar. Pensar en guardarla le hacía sobresaltarse, como si estuviera por cometer un error terrible.

—Me refiero a los demás, ¿sabrán lo que pasa acá?

Alex miró de reojo al oficial y ambos coincidieron en sus miradas. El desconcierto de Arthur le indicó la respuesta para Vincent.

—Creo que nadie tiene idea de nada. ¿Hablaste con tus padres? —preguntó Alexander.

—Ah, no, no creo que haga falta.

Y no lo hacía, en absoluto. Vincent sabía que, a los ojos de sus padres, su existencia era más un seguro legal que un hecho afectivo. Él no era el hijo de los Douglas, terratenientes y accionistas de grandes grupos comerciales, sino un triste testaferro, el receptáculo de una fortuna. A Vincent no le emocionaba mucho la idea de recibir un legado tan grande, pero le tranquilizaba pensar que, si vivía para recibir la herencia, podría delegar su administración al secretario administrativo y vivir en grande, sin preocupaciones ni obligaciones. No obstante, la pregunta de su amigo le hizo replantearse su prejuicio por un momento y, aunque sus padres nunca le habían mostrado signo alguno de cariño, decidió creer que esa vez podía ser diferente.

Código ZDonde viven las historias. Descúbrelo ahora