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Ella observaba por el monitor de la sala de control, ansiosa. Quería que la operación terminara,  darse un momento para dormir, descansar, ver una película o hacer cualquier cosa que le permitiera no seguir allí, escuchando informes viscerales y gritos agónicos. No podía escuchar ningún reporte más, no deseaba pensar en lo que podría pasarle a Arthur, ni en el destino de los estudiantes que seguían en el interior de la universidad. Por suerte, ella no era responsable de atender a los padres que, desesperados, buscaban obtener información sobre sus hijos a toda costa.

El helicóptero seguía de cerca al equipo de choque, mismo que ya había matado a más de cien estudiantes solo en su primer acercamiento. Los "alborotadores" (como finalmente decidieron llamarlos) mostraban comportamientos particulares: muecas inhumanas, movimientos espásticos y una torpeza sin igual. Por sus bocas salían grotescos sonidos guturales, alaridos que asemejaban un grito de guerra y, muy de vez en cuando, palabras inteligibles. Corrían, con una energía que resultaba difícil de comprender, tan ágiles como deportistas entrenados. Resistían los disparos, pero muy pocos lograban mantenerse de pie luego de lesiones fatales.

Los empleados de la división táctica, a la que Rita terminó por pertenecer, seguían la información que se había recolectado gracias a la cámara en el chaleco del oficial Turner y, al mismo tiempo, a los datos de combate recolectados por el sistema de vigilancia. Por suerte, ese no había sido su trabajo.

Lo cierto era que muchos oficiales desconocían aquellos detalles, portar una cámara diminuta, como parte de su conjunto reglamentario, podría resultar una limitación para muchos, en especial en esos tiempos. El aumento de los disturbios y las resoluciones violentas de los mismos habían obligado al comisario a tomar esa decisión, con el objetivo de reunir pruebas, datos, información que dotara de veracidad a los terribles testimonios que relataban sus oficiales.

—¡Debemos replegarnos, necesitamos ponernos a cubierto y reorganizarnos! —dijo el capitán del escuadrón.

—Entendido, pueden replegarse de regreso a la avenida central—respondió el operador de turno.

El equipo retrocedió sin dejar de disparar en el proceso. Los alborotadores, sin embargo,  avanzaron en persecución de sus agresores.  Confiaban en que el sistema automático les diera una ventaja, puesto que, gracias a la intervención en la red universitaria, el equipo informático había tomado el control de las instalaciones, permitiéndoles cerrar las puertas a distancia.

Cuando el último de los soldados salió, la puerta se cerró.

—¡¿Cuántos más van a salir de allí?! —preguntó el capitán—Si la situación es similar en el resto de departamentos, entonces la intervención es insostenible.

El comandante de la operación, un hombre ya anciano y de facciones serias, observaba las extrañas circunstancias en las que su escuadrón debía actuar. ¿Y qué debería hacer a continuación? Le había pedido a sus hombres que dispararan contra esos estudiantes sin rechistar, los había convencido de que ya estaban fuera de sí, que ya no eran humanos; era lo que él pensaba, lo que había visto y, también, lo que le habían dicho. Sin embargo, el audio que recibía de sus soldados le había hecho cambiar de opinión. No solo a él, sino a todos.

Muchas de las víctimas hablaban, pedían ayuda, suplicaban por sus vidas; otros proferían lamentos antes de morir, quejidos con murmullos arrepentidos, preguntas, frases que no hacían sentido. Aquellos "alborotadores" mantenían algo de su humanidad intacta.

—Señor, ¿qué está pasando?

¿Cómo podría explicarle algo que ni siquiera él entendía? ¿Cómo podría convencerle de que los gritos de esos estudiantes no eran reales?

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⏰ Última actualización: 21 hours ago ⏰

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