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★Capitulo II

El mercado de artesanías del pueblo de las calaveritas de azúcar había sido inaugurada, la guitarra de los músicos y la voz de estos resonaban por toda la zona festejando su nueva y mejorado mercado.
Y entre todos los comensales estaba una calavera de azúcar haciendo postres, cantando mientras amasaba su masa para sus ricos panes, hasta que fue interrumpido dándole un susto una calaverita de azúcar tan conocida y popular por algunas travesuras que había hecho con su hermano.

—¡Moribunda! —exclamó —¿Dónde se encuentra tú hermano? ¿Tú hermano y tú me van a causar problemas otra vez? —interrogó molesto.

La pequeña calaverita de azúcar con voz dulce e inocente hablo;

—¿Nosotros cuando Don Glucoso? Sí solo vengo a cantarle una canción para alegrarle el día—comento con inocencia.

El mencionado soltó una risa burlona, pues no se la creía.

—¿Tú? ¿Algo bonito para mí? ¡No creo! —dijo con burla y molestía a la vez.

Moribunda desvío la mirada, soltó un suspiro y solamente empezó a cantar una melodía de opera, no solo había llamando la atención de Don Glucoso, sino de la gente que pasaba por ahí también. Todos prestaban atención a Moribunda, embellezados por tal voz al cantar. Nadie podía apartar la mirada de Moribunda, lo cual, aprovecho Finado.
Finado se encontraba hurtando los postres y dulces de Don Glucoso aprovechando que su hermana era la distractora. Guardo varios en una bolsa y tomo algunos para comerlas al momento, subiéndose en el tocadiscos que hacía similar que Moribunda estaba cantando; el peso fue mucho que rompió el tocadiscos, cayendo de cara al suelo, llamando la atención de Don Glucoso al igual que el de Moribunda que dejó de cantar unos segundos después de que el tocadiscos dejara de sonar.

Don Glucoso al igual que varias calaveritas de azúcar que estaban de espectadores con Moribunda, fruncieron el ceño, esto era otra travesura de Moribunda y Finado.

—¡Nos engañaron otra vez! —exclamo uno de los mercaderos.

—¡Lo sabía! —refunfuño Don Glucoso agarrando su rodillo y sin pensarlo dos veces golpeó a Finado. —Aah le saque el relleno cremosito—balbuceo asustado y preocupado a la vez, pues estaba todo sucio de glaseado por sus costales de azúcar.

—¡Sí! —exclamo Finado saliendo detrás de los costales—¡A mis pastelitos! —gruño.

Moribunda a los segundos jalo de unas de sus patas a su hermano y con furiosa le reprochó a verse comido varios panquesitos solo.

—Te vi manito, te estabas comiendo todo—menciono molesta con el ceño fruncido.

—¿Yooo? ¡No! Nadie vio nada—exclamó Finado con inocencia.

Y cuando Moribunda le iba a reprochar nuevamente sus acciones. La gente se su alrededor los estaba maldición.
Deberían de estar acostumbrados ha estás cosas, de las travesuras de los niños, pero aún creían en ellos aunque cada vez salían decepcionados.

—¡Pelale!

Dicho esto Finado y Moribunda corrieron por todo el mercado de las calaveritas de azúcar, siendo perseguidos por una multitud de calacas.

Por Tí || Chimo y túDonde viven las historias. Descúbrelo ahora