EDMUND PEVENSIE

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Me levando sintiendo los rayos de el sol en el rostro, volteo hacia mi derecha y ahí está, el amor de mi vida, el rey más justo de toda Narnia, lo miro dormir durante unos segundos, admirando cada una de sus facciones, su perfilada nariz, sus labios ligeramente rosados y sus preciosas pecas, inconscientemente sonrío.

Me levanto con cautela para no despertarlo, tomo mi bata y me la pego a mi cuerpo, me acerco al balcón para admirar la preciosa vista del ocaso Narniano que se tiene desde Cair Paravel, praderas llenas de flores que planté yo misma, el océano con aguas tan cristalinas que se puede observar con claridad a las bellas criaturas llamadas "sirenas" nadando y chapoteando, el gran pueblo donde se encuentran personas realizando labores matutinas, y los bosques, repletos de animales y criaturas tan curiosas que apenas se podrían nombrar.Todo esto siendo parte de la preciosa nacional de Narnia.

Siento unas manos alrededor de mi cintura y volteo saliendo de mis pensamientos, para encontrarme con mi querido esposo, Edmund Pevensie, me avisa que ya es hora de desayunar, asiento y me dirijo al cuarto de baño, tomo un baño en una tina de agua caliente con rosas sobresaliendo de la espuma, salgo y me arreglo, uso mi corset favorito y mi vestido rojo casual, lo ajusto apropiadamente y me siento frente al espejo y comienzo a aplicar uno que otro producto de belleza, ahora lista, bajo a desayunar junto a los otros reyes, Peter Pevensie, Susan Pevensie y la pequeña Lucy.

—Espero que hoy haya algo diferente que manzanas para desayunar— dijo el rubio

Al llegar a la mesa, un gran bowl de manzanas sobresalía de entre toda la comida, reí ante el comentario de Peter al igual que sus hermanos.

Después de desayunar procedo a comenzar mis labores como Monarca de Narnia, así es, Reina.

Me encuentro en la biblioteca,buscando un libro para Susan que me pidió prestado, cuando veo una figura delgada acercándose hacia mi lugar, con una sonrisa en su rostro.

—¿Que acaso no tienes otro lugar que acaparar más que la biblioteca?— dijo el pelinegro

—¿Y tú no tienes a otra persona a la cual molestar?— dije sacándole una carcajada

Se sentó en el sillón al lado de la chimenea y me hizo una seña para que me sentara en sus piernas, me acerqué e hice lo que me dijo y dejé un corto beso en sus labios.

—Te ves preciosa hoy— afirmó Edmund

—Dime algo que no sepa— dije haciéndolo reír otra vez.

Entonces lo ví, ese brillo en sus ojos, la forma en la que sus mejillas se sonrojan al reír, sus ojos mirándome de una manera que hace que mi cuerpo entero se erize y mi corazón de detenga, un sentimiento pasmado en mi alma desde la primera vez que lo ví, definitivamente el me tenía, cuerpo y alma, era suya.

—Te amo— dije

—¿ A que se debe este comentario de cursilería?— dijo el pelinegro

—¿Acaso no puedo decirle a mi esposo que lo amo?_

—No— dijo bromeando

—De acuerdo, entonces no te lo diré nunca más Edmund Pevensie — exclamé

—No no no cariño, dímelo todos los días de tu vida, cada que me veas cada que estés a mi lado, dímelo y yo te lo diré aún más fuerte—

—Te amo— dije sin temor
—Yo te amo más cariño, acaso no lo sabes? Te amo te amo te amo—

—Ahora tú eres el que habla cursilerías— dije riendo
—Eso no me importa— dijo depositando besos en mi mejilla haciéndome sonrojar (más de lo que ya estaba)

Era perfecto, un momento perfecto, pero que digo?, cualquier momento con este hombre es perfecto.

— Elizabeth

𝙊𝙉𝙀 𝙎𝙃𝙊𝙏𝙎; 𝙢𝙪𝙡𝙩𝙞𝙛𝙖𝙣𝙙𝙤𝙢Donde viven las historias. Descúbrelo ahora