Capitulo 2

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Abrí mis ojos y me encontré envuelto en una tenue luz. Las formas y colores se fusionaban en un remolino de sensaciones desconocidas. Intenté parpadear, pero mis párpados parecían no responder. Un escalofrío recorrió mi pequeño cuerpo, y la realidad se materializó a mi alrededor.

Me encontraba en una habitación rudimentaria, con paredes de piedra y una tenue luz que se filtraba a través de una ventana estrecha. Mi visión era limitada y borrosa. Mi mente, aún aturdida, luchaba por comprender lo que estaba sucediendo.

Intenté moverme, pero mi cuerpo no respondía a mis deseos. Miré hacia abajo y vi mis pequeñas extremidades y dedos diminutos. La confusión se apoderó de mí cuando me di cuenta de que no era el cuerpo que recordaba.

Los sonidos de la vida cotidiana se filtraban a través de la ventana: el crepitar de una hoguera, voces distantes y el suave tintineo de utensilios metálicos. Los olores del fuego y la madera se mezclaban en el aire.

Me esforcé por vocalizar palabras, pero solo pude emitir sonidos incoherentes y gorgoteos. La realidad golpeó con fuerza: me encontraba en un mundo desconocido, en un cuerpo recién nacido, sin recuerdos claros de mi vida anterior.

Mis ojos se llenaron de lágrimas mientras la incertidumbre y el miedo se apoderaban de mí. ¿Cómo había llegado aquí? ¿Qué significaba todo esto? Me aferré al borde de la cuna, sintiendo la rugosidad de la madera bajo mis pequeñas manos.

Una figura se acercó. Una mujer de vestimenta sencilla y cabello despeinado me observaba con ternura. Sus ojos reflejaban compasión mientras extendía sus brazos para recogerme. Instintivamente, me aferré a su calor, encontrando consuelo en su presencia.

A medida que la mujer me sostenía y me mecía suavemente, sentí una extraña conexión. Quizás este mundo medieval tenía sus propias maravillas y desafíos. Aunque asustado y confundido, estaba determinado a descubrir mi propósito en esta nueva vida.

Así, envuelto en la calidez maternal, comencé mi viaje en este mundo medieval, con la promesa de explorar lo desconocido y enfrentar los desafíos que se avecinaban.

La habitación estaba sumida en una penumbra suave, apenas iluminada por la débil luz de las velas. El aire estaba cargado de un silencio respetuoso mientras el rey, el padre de Liam, entraba con paso sereno en la cámara donde descansaba su esposa. Su capa real se arrastraba por el suelo, y la corona descansaba sobre su cabello oscuro.

El rey avanzó con una mezcla de gravedad y ternura en su mirada. Sus ojos, llenos de responsabilidad y preocupación, se posaron en la figura de la reina, quien reposaba delicadamente en la cama. El vestido real que llevaba se fusionaba con la oscuridad de la estancia, y solo la luz de las velas revelaba sus rasgos.

—Isabella— susurró el rey con voz suave, pronunciando el nombre de la reina. Se acercó lentamente, como si temiera perturbar el sueño de su esposa. La preocupación se reflejaba en sus ojos mientras observaba el rostro sereno de la reina.

El rey se detuvo al lado de la cama y tomó suavemente la mano de la reina entre las suyas. Un gesto que revelaba el amor duradero y la conexión profunda que compartían. Un suspiro escapó de los labios del rey, una mezcla de alivio y preocupación.

—Querida Isabella, ¿Cómo te encuentras?— preguntó el rey con ternura, aunque sabía que la respuesta llegaría en el silencio que envolvía la habitación. La reina permanecía en un profundo sueño, su figura apenas moviéndose con la respiración tranquila.

El rey se quedó allí por un momento, perdido en sus propios pensamientos. La responsabilidad de la corona pesaba sobre él, y la preocupación por su amada reina le otorgaba una carga adicional. Con un beso suave en la frente de Isabella, el rey se retiró de la habitación con la misma solemnidad con la que había entrado, dejando atrás la quietud de la noche.

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