Capítulo IV: Revelaciones y Desafíos.

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—¿Qué está sucediendo aquí?

Al escuchar su voz, Ivet sintió una corriente eléctrica cruzar  por todo el cuerpo. Se giró viendo a los soldados a caballo y después a él sobre su corcel negro. Aquel hombre se quitó la capucha para mostrarse ante todos los presentes y los murmullos en el mercado se volvieron a intensificar apenas vieron al príncipe Antipatro aparecer ante ellos, majestuoso.

Los soldados romanos se pusieron firmes apenas vieron el rostro del príncipe. Los tres no pudieron ocultar la mueca de sus rostros.

—Esta chiquilla se atrevió a burlarse —comentó el soldado, humillado, con enojo—. Ahora mismo nos estábamos por ocupar de ella.

El príncipe miró hacia Ivet y el sacerdote. Más no podía entender en que lío se habrían metido un viejo y una pueblerina.

—Explícate, muchacha. ¿Por qué estos soldados estaban a punto de tomar medidas contra ti? —preguntó con una autoridad que imponía respeto.

Ivet, manteniendo su firmeza, explicó rápidamente la situación, señalando al anciano.

—Este hombre estaba siendo maltratado. Solo intenté defenderlo, y no me pienso retractar.

Antipatro observó al anciano y luego clavó su mirada en los soldados romanos; con voz sería dijo:

—¿Es esta la forma en que tratan a los habitantes de Belén? ¿Atacando a ancianos y jóvenes indefensos en el mercado?
—Estamos imponiendo la autoridad del Cesar. Nadie puede atreverse a faltar el respeto a los soldados de Roma —respondió el soldado del higo.
—Ustedes están en el reino del Rey Herodes —dijo Antipatro bajando del caballo y acercándose a ellos—. Por lo tanto cualquier disturbio o castigo será de nuestra mano.

El soldado dio dos pasos hacia el príncipe y dijo:

—Exacto. Estamos en el territorio de tu padre, pero él sirve a nuestro señor.
—Pero el reino es de Judea. Retírense de inmediato. Belén no es un campo de batalla para sus disputas personales.

Los soldados romanos observaron con odio al príncipe. Más el humillado clavó su mirada en Ivet y sonrió de lado.

—Más vale que te cuides, preciosa. La noche es peligrosa y puede que te pase algo.

Ivet sintió algo de asco por la mirada depravada que el soldado le estaba dando. Se cubrió al ponerse detrás del anciano y miró de reojo al príncipe.

—Largo. —volvió a ordenar Antipatro, sin paciencia.

Los soldados romanos se fueron a regañadientes y al instante el murmullo del mercado comenzó a surgir.

—Vuelvan a sus actividades, aquí no paso nada —continuó el príncipe hacia la multitud.

Las personas no tardaron mucho en continuar con sus cosas en el mercado e Ivet suspiró de alivio, después miró al anciano, preocupada. 

—¿Está usted bien?
—Gracias a tu intervención, jovencita, estoy ileso. Tu valentía es admirable.
—Usted es Zacarias ¿cierto? —interrumpió Antipatro.

El hombre se giró hacia él y asintió.

—Así es, príncipe Antípatro.

Ivet los miraba con cierta curiosidad. Luego Antipatro comentó:

—Creí que eras mudo.
—Lo era, hasta que pude ver el milagro con mis propios ojos.

El príncipe entrecerró su mirada puesto que no estaba entendiendo mientras que Ivet parecía muy interesada en la conversación.

El Don De La Estrella.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora