CAPÍTULO 1 - EL COMIENZO

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Era una fría mañana de invierno en Fontaine, y, como todas las mañanas, me costó mucho salir de la cama. Me encantaba el frío, pero tener que levantarme y vestirme era toda una odisea.
Una vez lista, fui al baño a lavarme la cara y seguidamente me dirigí a la cocina a desayunar.

Llevo trabajando en la Ópera de la Epíclesis desde que mis padres murieron. Soy una especie de agente encubierta, velo por la seguridad de la gente, de su Señoría Neuvillette y Furina, la arconte.

El juicio de ese día fue especial: se cerró un caso que comenzó veinticinco años atrás, y, además, un chico, al que llamaban Tartaglia, surgió como culpable sin saber muy bien qué delito había cometido.

Después del ajetreo de todo el día, estaba recogiendo mis cosas para irme a casa por fin, cuando, de repente, una sombra de cernió sobre mí. Alcé la mirada para encontrarme con el Juez Supremo delante de mí.

—Buenas tardes, señoría —hice una reverencia.

—Buenas tardes, señorita T/N, ¿puedo hablar con usted? —preguntó con cierta urgencia.

—Claro que sí, ¿qué desea?

—No puedo decírselo aquí, pásese por mi despacho en el Palacio Mermonia —aclaró. —La espero en dos horas allí.

—De acuerdo. —dije, y él se retiró dedicándome una sonrisa que no pude descifrar.

Neuvillette siempre me había parecido un hombre digno de admirar y muy estricto. Con los años, comprobé que era estricto, pero muy amable con la gente con la que se relacionaba. Sin saber por qué, desde que lo conocí, sentí una conexión especial con él, me daba la sensación de que confiaba en mí, aun sin conocerme, por lo que siempre fue especialmente cercano a mí.

Dos horas después, estaba en la recepción del Palacio donde solía trabajar el juez, esperando que me diesen permiso para pasar. No tardaron ni cinco minutos cuando la melusina me hizo una seña para que pasase.

La estancia donde Neuvillette pasaba tantas horas al día era enorme y luminosa, con estanterías repletas de libros y archivadores con los casos de los últimos siglos. También disponía de un mesita para tomar el té y unos sillones de aspecto cómodo.

—Hola de nuevo, T/N, siéntate —dijo señalando uno de los sillones que estaban junto a la mesa de té.

—Hola, su Señoría —dije sentándome. —Y, ¿a qué se debe el honor de estar aquí?

—Puedes llamarme por mi nombre, sabes que hay confianza entre los dos. —comentó con un tono más relajado de lo habitual.

—Está bien, como quieras, Neuvillette —dije, sonriendo. — Y ahora, dime qué es eso tan importante.

—Como viste, hoy salió otro culpable además del asesino, y no sabemos por qué. Me gustaría que bajases al fuerte y lo vigilases, sin levantar sospechas, tal como haces en los juicios.

—Pero, Neuvillette, ¿no se dará cuenta el alcaide del Fuerte de que soy una espía? Me parece muy arriesgado... —reproché con cierto miedo.

—Tranquila, tengo el motivo perfecto por el que acusarte; será poco tiempo el que pases allí abajo. Solo quiero asegurarme de que ese tal Tartaglia no es realmente malo. Además, si el Duque se da cuenta de que eres una espía, yo le explicaré todo.

—Bueno... si crees que puede salir bien, cuenta conmigo —dije sin estar todavía muy convencida.

—Genial, te avisaré cuando esté todo el trámite listo. Y, T/N, muchas gracias por hacerme este favor, quiero que sepas que aprecio mucho el riesgo que estás corriendo por mí —dijo con una sonrisa.

—De... de nada... —dije sonrojándome, ya que era la primera vez que veía al juez sonriendo.

Después de una semana, Neuvillette se volvió a acercar a mí después del trabajo: ya estaba todo listo, bajaría al Fuerte Merópide al día siguiente. ¿Qué me esperará allí abajo? ¿Se daría cuenta el Duque de quién soy en realidad? ¿Qué pasará con ese tal Tartaglia?

Continuará.

El Duque  -  Wriothesley x lectora  (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora