Phoebe jamás lograría entender la mente ni las acciones de los dioses. Tampoco entendería las acciones de los adultos, tan extrañas y sin sentido. Tenía diecisiete y a veces aún se sentía como una niña solitaria dentro de un pequeño departamento, abandonada y con el sentimiento de vacío llenando su pecho.
Cuándo conoció a otros semidioses supuso que era algo normal; ese pequeño resentimiento, todos lo asumían y en algún momento lo dejaban ir. Con Luke fue diferente. Para Luke ese sentimiento era algo mucho más intenso, algo que no se podía arrancar del pecho, como un agujero negro consumiéndolo por dentro; el odio crecía en su interior, fue inevitable.
Phoebe lo entendía, ella sentía exactamente lo mismo. Quería ser querida por sus padres, pero ninguno de los dos la hizo sentir así, en ningún momento. Quería vivir el sueño de una familia feliz, pero ese sueño le fue arrebatado apenas tuvo conciencia de las cosas que pasaban a su alrededor.
Su padre jamás la quiso en realidad, solo toleraba su presencia dentro de su vida, le daba un techo, alimento, una buena escuela, pero jamás estuvo presente; eran extraños viviendo en la misma casa. Cuando él murió, Phoebe quedó sola, el dinero de su padre ni siquiera llegó a ella; como si ella también hubiera muerto con él.
Un quejido silencioso en la cama de al lado la sacó de sus pensamientos; la cama de al lado era la Luke.
A Phoebe le quitaba el sueño el rencor acumulado dentro de su corazón y a Luke las pesadillas.
Era algo a lo que ya se había acostumbrado, había sido así desde que lo conoció. Nadie en la cabaña preguntaba, cada quien lidiaba con sus propios problemas, una pesadilla más era solo un sueño más, aunque Phoebe creía que había algo más profundo en las constantes pesadillas de Luke.
Se levantó de su cama de forma cuidadosa y se agachó junto a la de Luke, frente a su rostro, en el se expresaban constantes muecas. A Phoebe le pareció que algunas de éstas eran de terror. Definitivamente estaba teniendo una pesadilla.
—Luke. —susurró su nombre y colocó su mano sobre el brazo del chico para agitarlo con suavidad. —Luke, despierta.
Abrió los ojos rápidamente y por unos momentos su mirada se mantuvo perdida en la oscuridad de la habitación. Luego, los ojos de Luke se encontraron con los de Phoebe, casi tan oscuros como la habitación, pero tan brillantes que Luke se sintió a salvo.
—Oh, eres tú. —una sonrisa de alivio se formó en su rostro. —¿Qué haces aún despierta?
