Capítulo IV

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—Salí inmediatamente en busca de Ricardo para advertirle que saliera corriendo ¿O de mi padre para decirle la verdad? ¿O de un milagro? Corrí por los pasillos, bajando las escaleras tan rápido como pude, con mi mente corriendo a la misma velocidad en busca de una solución.

—Aimeé ¿Por qué corres?

—... Ahorita no puedo verte Carlos, estoy ocupada—dije y seguí avanzando con Carlos detrás mío.

—¿En qué? ¿Necesitas ayuda?

—No, estoy bien, te veo en la fiesta.

—No te ves bien ¿Qué pasa?

—¡A él!, arrestenlo y llevenlo a las mazmorras—ordenó mi padre cuando lo encontré en un salón, Ricardo acomodaba un enorme y pesado florero.

—¿Qué, qué está pasando? —preguntó Ricardo asustado.

—Maldito infeliz, pagarás por lo que trataste de hacerle a mi hija.

—Yo no hice nada señor, se lo juro.

—¿Cómo explicas esto? —preguntó mi padre enseñándole el anillo— Estaba entre tus cosas.

—Ese anillo me lo dió su hija como pago...

—Sí, para callar su vergüenza, maldito infeliz, como osas manchar a mi hija con tus sucias manos.

—¿De qué habla Aimeé? —me preguntó Carlos, pero apenas lo escuché, estaba paralizada entre lo que dictaba mi conciencia y mi cobardía.

—No señor, yo no, el señor Julio, yo los ví en las caballerizas—se le trababan las palabras en la lengua del miedo—el anillo fue el pago para no delatarlos—confesó Ricardo y entonces Julio lo golpeó, su puño cerrado se estampó contra la mejilla de Ricardo, haciéndolo tambalear, de no ser porque los guardias del Castillo lo tenían sujeto, se hubiera caído.

—¿Cómo te atreves a difamar a una señorita, y a su apellido, para tapar tu porquería, infeliz muerto de hambre?

—¿Difamar? Diles Aimeé si te estoy difamando—se dirigió hacía mí Ricardo. ¿Alguna vez has sentido que el mundo se mueve más despacio, que cada segundo se vuelve más notorio, más relevante? Porque yo así lo sentí, vi a todos, a Julio, a Ricardo con su mejilla enrojecida, a mi padre cuyo rostro hervía en coraje, mi madre con su presencia inexpresivamente calmada, y a Carlos. Cuando imaginé mi plan Carlos no estaba presente, no vería como era humillada y pensé que cuando el chisme recorriera todo el Castillo y atravesará sus muros llegando a todo el pueblo no me importaría ser juzgada por Carlos, estaría desterrada en algún convento lejano y no vería la cara de decepción de Carlos, ni su boda. Me imaginé más valiente de lo que era.

—Creo que todos en algún momento nos imaginamos más valientes de lo que somos, hasta que realmente sentimos miedo—comenta Ximena, no entiendo si lo dice por ella misma o en un afán de consolarme.

—Sí, porque cuando ví a Carlos y a sus hermosos ojos marrones, ver cómo me observaban con confusión y sorpresa, me dí cuenta que no era capaz de permitir que viera a mi verdadera yo y no a la dulce, tierna e inocente señorita que él creía, no podría tolerar su desprecio. Cerré mis ojos a los cuales se le empezaban a juntar las lágrimas, me disculpé en mi mente con Ricardo y dije

—Es cierto padre, todo lo que Julio te contó— las lágrimas comenzaron a rodar por mis mejillas, pero no eran por mi ya ni siquiera eran por salvar a Julio, era porque sabía que estaba condenando a Ricardo— Yo solo quería que todo terminará papá y ví el anillo y mi oportunidad de salvarme—dije entre sollozos. Carlos, que estaba a mi lado, me abrazó para consolarme. Al parecer mis lágrimas, aunque corrían por motivos diferentes, ayudaron a que mi testimonio fuera convincente.

Castillo Montés (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora