Capítulo XII

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—Alessandro llevaba ignorándome toda la semana, de dónde yo estaba él se retiraba. Ya me había cansado de verlo de lejos y dibujarlo una y otra vez mientras imaginaba todo lo que quería decirle.

—¿Qué querías decirle?

—...Que no me dejara, que no teníamos que ser nada más que amigos si no lo deseaba y que me disculpara por haber malinterpretado las cosas y creer que había algo más entre nosotros, una chispa, una luz. Otras veces lo insultaba hasta la muerte, le decía cuánto lo odiaba a él y a todo el caos y dolor que provocaba en mi cabeza y en mi corazón. Así que me armé de valor y decidí buscarlo para hablar con él. No sabía exactamente qué iba a decirle, lo deje a la suerte, lo que pronunciará primero mis labios, cualquier cosa era mejor que la tortuosa ley del hielo.

Fuí a buscarlo a su alcoba, esta no se encontraba junto a las habitaciones de huéspedes del Castillo, ni junto a las nuestras, tampoco con las de servicio. Era más como un desván, alejado de todo y de todos. Él mismo lo había escogido. De niño compartía alcoba con su madre, al llegar a la adolescencia se escapó del Castillo, al regresar, dijo que quería estar solo, mi padre le había ofrecido una alcoba junta a la de Bárbara y a la mía, pero mi madre se opuso determinadamente, al final mi padre retiró la oferta y Alessandro eligió aquél desván. Yo ya había intentado darle una alcoba más decente, pero Alessandro se negó diciendo que ese era su lugar, pero eso no viene al caso ya. Bueno...el día del baile decidí llamar a su puerta.

—Adelante—respondió desde adentro.

—¡Wow! Jamás creí que mis ojos verían este momento.

—Tampoco los míos—dijo viendo como le quedaba el esmoquin en el espejo.

—Te ves muy bien.

—No, no me halagues, no mientras uso esto—suplicó en tono de broma, en tono Alessandro, despreocupado y burlesco—Esto no soy yo—pensó luego en voz alta viéndose nuevamente al espejo. Al volver a la realidad y darse cuenta que seguía ahí preguntó.

—¿Qué usarás tú? ¿Ya estás lista?

—Ah yo no...yo no asistiré.

—¿Qué? ¿Por qué?

—Bueno, Lily me dió la posibilidad de no asistir y siempre he odiado estás fiestas así que ¿Cuál es el punto de asistir?

—Sí, lo mismo me pregunto yo.

—Oh no, pero en tu caso es diferente, es bueno que la acompañes.

—Es tu Castillo, deberías asistir ¿Qué vas a hacer toda la noche?

—No lo sé, encerrarme en mi alcoba, pintar, abrir una botella de vino.

—Ya tienes todo un plan ¿eh?

—Sí, y me alegra que aceptaras apoyar a tu madre en esto, te necesita.

—Apoyar a mi madre—repitió—se ha vuelto más difícil de lo que pensé—dijo recorriendo mi cara con sus ojos.

—¿Por qué?

—... porque ella quiere que hagamos un estúpido baile de apertura algo así.

—Sí, a los anfitriones les corresponde, mis padres siempre lo hacían—Para abrir el baile, la pareja anfitriona debía bailar primero al centro de la pista con el resto de los invitados a su alrededor observándolos, admirandolos. De niña me encantaba que ese momento de la noche llegará. Bárbara y yo nos colabamos entre la gente para quedar en primera fila y que la gente no se interpusiera en nuestra vista. Mis padres lucían tan atractivos ante mis ojos, tan enamorados, como los reyes de mis cuentos de hadas. Pero pronto entendí que esos bailes no eran más que otro atractivo en el Castillo, como cualquier otro, como sus antiguos y enormes muros o como su profunda e inmensa piscina que nunca se usaba.

Castillo Montés (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora