Capítulo XI

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Esa tarde me entró la curiosidad de entrar a la alcoba de mis padres, desde antes de su muerte no lo hacía y sentí...curiosidad.

La alcoba de mis padres era la más grande del Castillo, tenía el baño más grande, con una inmensa tina. Su vestidor también era inmenso, lleno de vestidos de mi madre y los trajes de mi padre, exploré un poco, en un cajón estaba la colección de relojes de mi padre y entre los vestidos de mi madre había un baúl, lleno de cosas personales, dibujos hechos por ella misma, un par de pinturas y pinceles y hasta bajo lo que parecían unas cartas. Casi había olvidado que mi madre me enseñó a pintar, que ella pintaba, pero lo hizo cada vez menos hasta que fue solo un recuerdo. Me sentí mal por indagar en su baúl de tesoros y lo acomodé hasta el fondo del clóset dónde no estaba a la vista. Su cama también era grande con finas sábanas, edredones y cojines, me acosté un momento, creí que ese lugar, su habitación podía ser lo más cerca que podría estar a ellos, pero no sentí nada, no los sentí más cerca ni me sentí mejor pues todo eso eran cosas materiales que cualquier pudiera tener, hasta que ví un cuadro en la pared, no era muy grande pero era hermoso, era una pintura de una flor, parecía una flor nueva y fresca, de un hermoso color rosa, hasta que te fijabas en los pétalos tirados bajo ella y de aquellas gotas que podrían no ser de un recién riego sino lágrimas. Me fijé en la técnica y se parecía mucho a la de mi madre y al acercarme al cuadro pude ver su pequeña firma que parecía estar escondida. Y entonces lo sentí, sentí a mi madre y de cierta forma la volví a ver en aquella pintura y sentí cierto calor en mi pecho que subía a mi garganta e inundaba mis ojos. Con cuidado tome el cuadro y lo lleve a mi alcoba.

—¿Entonces tú talento artístico es herencia de tu madre?

—Así es, la única herencia que realmente tenía valor y de la única que debió haberse preocupado a decir verdad y no debió empeñarse tanto en heredarme el Castillo, pero ya llegaremos a esa parte de la historia, no quiero confundirla. Ese día mi madre me enseñó algo a pesar de ya no estar conmigo, me enseñó que la obra de arte de alguien puede hablarte y acercarte más a él o ella que incluso la misma persona en físico. Y en parte yo quiero eso con mis pinturas, de alguna manera seré eterna con ellas, aunque yo no esté, ellas estarán y eso valdrá lo mismo o más.

Llegó la hora de la comida y Alessandro no sé presentó.

—¿Sabes en dónde está mi hijo, Aimeé?

—No Lily, no lo he visto en todo el día—mentí recordando su enfrentamiento con Carlos.

—Ese niño me va a sacar canas verdes, espero que no se haya marchado—dijo Lily y yo sentí un estrujón en el estómago.

—No se iría sin despedirse de ti ¿o sí?

—Con Alessandro nunca se sabe, no siempre dice adiós—Y el estrujón se volvió más fuerte.

—Bueno, voy a mi alcoba a ver si me dejó una nota o algo.

—¿Puedo acompañarte?

—Claro, vamos.

—La alcoba de Lily era pequeña, no estaba junto al resto de los cuartos de servicio, pero era una de las más pequeñas, tenía una cama decente y una tina diminuta.

—Aquí no hay nada, ojalá y solo haya ido al pueblo o esté perdido en alguna parte del Castillo.

—Sí, ojalá—de verdad deseaba eso—Lily hay dos cosas que quiero pedirte, te las debí de haber pedido hace días de hecho.

—Dime.

—La primera es un favor.

—Quiero liberar a Ricardo López, el sirviente que acusé de...bueno en realidad es inocente.

Castillo Montés (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora