Capítulo XIX

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—Carlos te salvó la vida.

—Me salvó de ser incinerada—digo con una ligera sonrisa—Sí, me salvó de las llamas.

—¿Y qué pasó con él? ¿qué pasó con ustedes?

—¿Te vas? —me preguntó Carlos.

—Como debí hacerlo hace tiempo—respondí.

—No tienes que irte, mis padres te ofrecen un lugar seguro en nuestro hogar. Te protegeré, nunca nadie más volverá a lastimarte, te lo juro—dijo Carlos con desesperación en su voz, tomando mis manos con gentileza.

—Gracias Carlos, a tu familia y a ti, pero voy a declinar la oferta. La tía Sophia me espera en París y siempre quise escapar allá, tal vez allá está lo que busco.

—Iré contigo, te cuidaré.

—Tal vez es tiempo de que aprenda a cuidarme sola.

—No quiero perderte, no mentí cuando dije que te amaba, ni lo hice sin pensar. Estoy seguro de lo que siento y lo que quiero.

—Tengo algo para ti—dije entregándole el broche que la tía Sophia me había dado junto a la foto que Bárbara tenía de Carlos—Bárbara tenía esa foto entre sus cosas. Sí te amó Carlos y le hubiera gustado que tuvieras ese broche, significa amor puro y esperanza.

—Bárbara ya no está—dijo mientras leía la nota de la foto con una lágrima sobre su mejilla.

—No, ya no. Pero la verdad es que nunca fuiste mío Carlos—besé su mejilla—adiós—me despedí y me marché.

—¿Por qué le entregaste el broche en nombre de Bárbara?

—Bárbara siempre amó a Carlos, pero me amó aún más a mí, pudo haberlo tenido todo y me lo cedió, todo a mí. Murió en su intento de cambiar el destino, la verdad. No es justo, ella lo merecía y la verdad, es que nada de eso era mío.

—Te mudaste entonces a París

—Sí, es una hermosa ciudad.

—Y causaste conmoción en todo el país.

—Bueno, no en todo el país, pero París me recibió bien desde que llegué, luego comencé a pintar, salieron muchas piezas, unas más aclamadas que otras.

—Re-pintaste el cuadro de toda tu familia, el que estaba en el despacho de tu padre. Pero los pintaste a todos...

—Muertos—digo la palabra que no se atrevía.

—Ahogados—específica Ximena.

—Así murieron.

—Pero te pintaste a ti misma ahogada.

—...para combinar con ellos.

—Y estando ya ahogados, hay llamas de fuego a su alrededor.

—Sí

—¿Por el incendio en el Castillo?

—Se entiende mejor conociendo la historia ¿cierto?

—Y ¿Recuperaste alguna pieza de tu estudio en el Castillo?

—¿Por qué, está interesada en la de Alessandro y la guitarra?

—Me hubiera gustado saber cómo era él.

—Todas sé quemaron, no rescate ninguna.

—¿Lo volviste a ver o hablar con él?

—No.

—Entonces sí logró fugarse.

—Sí.

—¿Aún lo amas o lo odias?

—Lo que siento por él aún no tiene nombre.

—¿Lograste perdonarlo?

—Hay una razón por la cuál permití que Alessandro se marchará aquél día. Porque ahí en el suelo, derrotada, sin fuerzas, sin vida, me dí cuenta que no podía odiar a Alessandro, no podía desearle lo peor en la vida, ningún sufrimiento porque lo amaba, odiaba amarlo, pero no lo odiaba a él. Por eso mismo me juré a mi misma que jamás lo perdonaría, que cada vez que pensará en él, en sus ojos, en sus besos, en cada instante en qué me hizo inmensamente feliz, recordaría que había sido él quién le había arrebatado la vida a mi familia, quien había privado a Bárbara de un futuro dichoso. Aunque mi corazón se secará, jamás perdonaría a Alessandro.

Castillo Montés (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora