—Nos escribimos y hablamos por teléfono con frecuencia. Lo que pasa es que nuestras vidas
tomaron rumbos diferentes. Ella se casó con Luis, se trasladó a Santander y, poco a poco, fuimos
perdiendo el hábito de vernos.
—¿Y tío Luis, cómo es?
Mamá sonrió con ironía.
—Luis Obregón pertenece a una de las familias más antiguas de Santander. Ahora ha engordado
un poco, pero de joven era todo un galán. Es muy simpático, aunque siempre ha estado algo loco y,
con los años, se ha ido volviendo cada vez más excéntrico. Te caerá muy bien, ya verás.
—¿A qué se dedica?
—Es ingeniero industrial. Hace unos años inventó no sé qué y ahora vive de las rentas que le
producen sus patentes.
Vaya, así que tenía un tío inventor…
—¿Y cómo son sus hijas? —pregunté con calculada indiferencia.
Mamá dejó el calcetín que estaba zurciendo sobre el regazo.
—Ésta primavera, Adela me mandó una foto de las niñas —señaló la libreta—. Está en ese álbum
verde. Tráemelo, por favor.
Cogí el álbum y se lo entregué a mamá. Ella lo abrió y fue pasando las páginas hasta encontrar lo
que buscaba.
—Aquí está. Míralas.
Contemplé la fotografía que me mostraba mi madre: cuatro chicas situadas en un jardín, frente a
un vetusto caserón de tres plantas. Todas eran rubias y —¡Alberto tenía razón!— todas eran
guapísimas.
—Ésta es Rosa, la mayor —dijo mamá, señalando la foto con el dedo—. Ahora debe de tener
dieciocho años.
Rosa era la más alta de las cuatro y, aunque llevaba un vestido amplio que le llegaba hasta los
tobillos, se notaba que era delgada y esbelta. Tenía el pelo largo, los ojos azules y un rostro
armonioso. Creo que, hasta entonces, nunca había visto a una mujer tan guapa.
—Y ésta es Margarita —señaló mamá—. Tienes dieciséis… No, ya debe de haber cumplido
diecisiete.
Margarita era un poco más baja que Rosa. Vestía pantalones de pana y jersey de cuello alto.
Tenía el pelo del mismo tono que su hermana mayor, pero lo llevaba más corto, en forma de media
melena. Usaba gafas de montura metálica y lentes redondas, como las de John Lennon.
—Ésta es Violeta —prosiguió mamá, desplazando el índice sobre la foto un par de centímetros a
la derecha—. Tiene tu misma edad. Nació en febrero del 54, lo recuerdo bien; dos meses antes que
tú…
Violeta tenía el pelo más oscuro que sus hermanas y lo llevaba muy corto y revuelto. Vestía
como un chico —pantalón vaquero y camisa de cuadros escoceses—, pero tenía un rostro demasiado
bonito para que su sexo se prestara a confusión. Era la única que no sonreía; en sus ojos, también
azules, había un deje de fastidio, como si no le gustase que la fotografiaran.
—Y por último, Azucena, la más pequeña de la familia. Si no recuerdo mal, acaba de cumplir doce
años.
En cierto modo, Azucena era la más guapa de todas, pero su belleza aún era una promesa por