Mira, será mejor que no les preguntes a mis padres ni por Beatriz ni por las Lágrimas.
—¿Por qué?
Margarita me contempló unos instantes con ironía, como si supiera algo gracioso que yo
ignoraba. Entonces, antes de que pudiera contestarme, se escuchó el lejano repique de una campanilla.
—Es mamá —dijo—. La cena ya está lista. Será mejor que vayamos al comedor —le echó un
último vistazo al retrato de su antepasada y agregó—: En cuanto a mi tía-bisabuela Beatriz, el
problema es que fue la ladrona de la familia y la culpable de la ruina de los Obregón. Por eso es mejor
no hablar de ella. Las evasivas respuestas de Margarita me dejaron muy intrigado. ¿Quién fue Beatriz Obregón y
por qué era mejor no mencionar siquiera su nombre? Mi prima dijo que había sido la ladrona de la
familia, pero ¿qué había robado? ¿Y qué demonios eran las Lágrimas de Shiva?
Antes de ir al comedor, subí a la planta de arriba para lavarme las manos. Estaba a punto de
entrar en el baño cuando me percaté de que la puerta de mi dormitorio se hallaba abierta y la luz
encendida. Me acerqué al cuarto y descubrí que había alguien dentro. Era una chica de mi edad;
llevaba el pelo corto y vestía unos arrugados vaqueros. En aquel momento estaba examinando los
libros que yo había dejado sobre la mesa, así que me daba la espalda, pero no tuve necesidad de verle
la cara para saber de quién se trataba.
—Hola —la saludé—. Tú eres Violeta, ¿no?
Aunque estaba seguro de que no me había oído llegar, ella no se sobresaltó al escuchar mi voz. En
vez de ello, volvió la cabeza lentamente y me miró por encima del hombro, muy seria.
—Y tú, Javier —dijo.
No era una pregunta, y tampoco hizo amago de saludarme, así que me quedé un poco cortado.
—¿Éstos libros son tuyos? —preguntó ella tras un incómodo silencio.
—Sí.
Violeta se inclinó y comenzó a leer en voz alta los títulos.
—Jones el hombre estelar, Marciano vete a casa, Titán invade la Tierra, El día de los Trífidos.
¿Qué clase de novelas son éstas?
—Ciencia ficción —respondí.
Violeta esbozó una sonrisa que, pese a su brevedad, logró expresar a la vez una desagradable
mezcla de altanería, desdén y conmiseración. Creo que fue una de las sonrisas más irritantes que he
visto en mi vida.
—Ya me imaginaba que eran algo así —dijo—. ¿A ti te gusta esta clase de cosas?
Pronunció la palabra cosas como si estuviera hablando de un saco de estiércol.
—Sí, me gustan —contesté a la defensiva—. ¿Has leído algo de ciencia ficción?
Violeta asintió con un desdeñoso cabeceo.
—Un mundo feliz, de Huxley, y 1984, de Orwell. Son las dos únicas novelas de ciencia ficción
que valen la pena.
Hablaba con tanta suficiencia que me estaba poniendo de mal humor, pero yo era un huésped y