Parte 3

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hice, pues sabía que hubiera sido inútil.
—¿Por qué no voy también a casa de tío Esteban? —insistí—. Así no tendría que irme de Madrid
y podría estar con Alberto.
—En casa de tío Esteban sólo hay una cama libre —respondió mamá en tono paciente.
—Bueno, ¿y por qué tengo que irme yo? ¿Por qué no se va Alberto a Santander y yo me quedo
en Madrid?
Mamá suspiró.
—Porque Alberto es demasiado mayor para vivir en casa de tía Adela.
¿Demasiado mayor? Alberto cumpliría diecisiete años en julio, y yo ya tenía quince; tampoco era
tanta la diferencia de edad.
—¿Y qué más da que sea mayor? No lo entiendo.
—Ya lo entenderás dentro de unos años.
—Pero…
Mamá sacudió la cabeza y se cruzó de brazos.
—No insistas, Javier. Tu padre y yo hemos discutido este asunto largo y tendido y ya hemos
tomado una decisión. Cuando acabes el curso, irás a casa de mi hermana y, créeme, pasarás el mejor
verano de tu vida. Ahora volved a vuestro cuarto y seguid estudiando, que a mí todavía me queda un
montón de cosas por hacer.
A punto estuve de protestar, de decirle lo injusta y arbitraria que me parecía aquella decisión,
pero todo conato de rebeldía estaba condenado al fracaso, pues a mamá, cuando se le metía algo en la
cabeza, era sencillamente imposible hacerle cambiar de idea. Así que adopté mi mejor expresión de
dignidad ofendida y me dirigí, junto con Alberto, a nuestro dormitorio.

Las lágrimas de ShivaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora