Capitulo 3

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—¡Sergio, Liam ha roto mi portátil! —grita Maite desde la mesa del comedor, donde suele sentar el culo desde que llega a casa del colegio hasta que le digo que se vaya a la cama

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—¡Sergio, Liam ha roto mi portátil! —grita Maite desde la mesa del comedor, donde suele sentar el culo desde que llega a casa del colegio hasta que le digo que se vaya a la cama. Si no está haciendo los deberes, está conectada con sus amigos.

—No lo he roto. Lo desenchufé—, dice Liam con toda la energía de un niño emo de trece años. —Necesitaba cargar mi Tablet.

—La batería de mi portátil está estropeada, y si la dejas descargada, está muerta, muerta. Como súper muerta—, dice Maite.

—Liam, arréglalo—, digo, volviéndome a la estufa.

Intento preparar la cena después de tener que hacer la vergonzosa llamada para decirle a mi jefe que no podía ir a entrenar porque nuestra niñera está enferma. Faltar al trabajo no hace más que acrecentar mi sentimiento de culpa, siempre presente. Me siento culpable por no estar en el trabajo, pero cuando estoy con el equipo, me siento culpable por no estar en casa con los niños.

Técnicamente, no tenía que aceptar el trabajo en la CU. Entre el dinero de la NHL que gané, -menos una parte considerable por vida y gastos imprudentes-, y el seguro de vida de nuestros padres, no estamos pasando un mal rato. Pero ese dinero no durará siempre, y el entrenador Christian me ofreció el puesto de entrenador cuando se enteró de que había vuelto.

Tal vez debería haber rechazado el puesto hasta que los niños fueran mayores, pero entrenar a nivel universitario no se da todos los días, y los puestos rara vez surgen. Si no lo hubiera aceptado, podría haber arruinado mi oportunidad de entrar al juego en una fecha posterior.

Christian es un gran jefe y muy indulgente en lo que respecta a mi vida familiar.

—¡No se enciende! —grita Maite.

Suspiro, dejo la sartén y salgo de la cocina para encontrarla pulsando el botón de encendido cada dos segundos, cada vez más fuerte. —Maite.

Sigue pulsándolo, ahora más frenéticamente.

Le sostengo la mano. —Maite. Te compraré uno nuevo.

Las lágrimas llenan sus ojos azules. —Olvídalo—. Cuando se levanta, la silla que está detrás de ella se vuelca y sube las escaleras a toda velocidad. Este comportamiento es tan poco habitual en ella que me quedo mirando, sin saber qué hacer.

—Mierda, mierda, mierda—, canta Liam y se pasa las manos por su desordenado pelo rubio.

—Lenguaje—, le regaño.

—No lo entiendes, ¿verdad? —. Liam se encarga de intentar encender el ordenador. —Todas las fotos que Maite tiene de mamá y papá están en este portátil.

Oh, mierda.

—Me olvidé. Me olvidé de la estúpida regla de no desenchufar su portátil, ¿ok? No estaba pensando. Y ahora... Mierda, ¿qué he hecho?

Drills &  Thrills 2° [CHESTAPPEN]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora