—¡Las doce y sereno! — gritaba Rafael mientras caminaba con su largo palo de madera con mecha.
La mayoría de la ciudad ya estaba dormida, justo el camino que le tocaba hacer era de los más calmos, perfectos para un principiante. Rafael ya tenía varios años en el negocio de los serenos, pero aquella madrugada del 26 de junio, le tocaba entrenar a un nuevo recluta.
El frio del temprano invierno abrazaba a ambos jóvenes quienes, sin más abrigo que sus chalecos remendados, caminaban con sus largos palos, encendiendo los faroles de la ciudad. Rafael estaba guiando a su compañero nuevo por las calles, explicándole los trucos para encender la mecha y con ella los faroles más fácilmente.
—Vos escuchame, con los primeros cuartos que puedas juntar, tenes que comprarte unas botas— se señaló las suyas—. Hoy está lindo, no llueve... ¡Cielo despejado! — se detuvo a gritar para seguir hablando en voz baja—. Pero creeme, este trabajo es largo sin el calzado adecuado. Primero botas, después lo demás.
José asintió y luego se pasó la mano por la boca mientras se mordisqueaba el dedo. Cuando se dio cuenta que lo estaba haciendo, se pasó la mano por la cara para despertarse un poco, pero fue inútil, al cabo de unos segundos volvió a tener el dedo en la boca.
Al igual que Rafael, el José era un muchacho alto y muy delgado. Tenía ojos saltones y el rostro cadavérico. Sus pies, a diferencia de los de Rafael, no tenían botas militares, sino un calzado gaucho conocido como pilcha criolla, que abrigaba la planta y el empeine, pero dejaba los dedos afuera para mayor movilidad.
—Tranquilo, chico, es temprano, hay que hacer algunas calles antes de llegar a eso— bromeó al verlo ansioso y encendió un farol.
—Si, claro— José sacudió la cabeza—. Es solo que, bueno, me dijeron que en este trabajo podría... bueno, me entendes.
—Claro que conozco el rumor, yo lo inicié— dijo Rafa recargando el bastón sobre su hombro—. Digamos que es mi pequeña empresa.
Juan se quedó en silencio unos instantes mientras su instructor avanzaba. Le habían contado que en la ciudad había gente como él. Que uno de ellos había encontrado una forma de que se alimentaran y pasaran desapercibidos. Habló con brujos y chamanes. Con otros como él, y lo habían guiado a esa pulpería. Aquella donde debía preguntar por el puesto de sereno, y cuando le preguntaran porque preguntaba allí, dijera que un amigo dijo que se come muy bien en el servicio. Allí, le presentaron a Rafael López, el sereno.
Al principio José dudó, Rafael se veía como cualquier hijo de vecino. Si, delgado y más alto que la mayoría, pero sonreía y se movía como cualquiera. Lo vio jugar al truco, beber e incluso comer. Pero a medida que la noche caía en su primer día como sereno, José empezó a notar que Rafa era lo que en verdad esperaba. Lo que lo sorprendió, es que él fuera, en verdad, la cabecilla de ese grupo.
—¿Sos del oeste, José?
—No, norte.
—¿Si? — Rafa se rascó la barbilla—. Tengo familiares allá. Quiero creer que pescas.
—Y, teniendo al lado el Paraná, seria horrible no haberlo hecho nunca— confesó él—. Pero hace años que no tengo la suerte. Unos españoles tomaron nuestra salida al río y bueno, ya no se pudo pescar mucho.
—Que desgracia, con lo que a mi me gusta el surubí, mi abuelo lo preparaba muy bien— explicó Rafael, pero rápidamente notó que hablar de comida lo ponía incomodo al nuevo—. Pero bueno, otras cosas seguro había para hacer allá en el norte.
—Y, la criollada nunca faltaba— José soltó una risa— ¿Ustedes los porteños conocen la milonga?
—Por supuesto, aunque nunca está de más— le reconoció Rafa—. En su momento, yo tocaba la criolla. Va, la hacía aullar más que nada, pero con algo de ayuda sigo el compás.
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Colmillos y Sombras de la Revolución 1. La llegada del inglés.
Historical FictionTodo el mundo sabe que Buenos Aires, como tantas otras metrópolis mundiales esta manejado por una élite de vampiros. Pero ¿Cómo llegamos a esto? Bueno, para saberlos veamos un poco de historia, cuando allá en un lejano 1806, naves británicas arribar...