Manuel saltó por la ventana cuando escuchó el primer cañonazo, sin más arma que el tenedor con el que estaba comiendo el desayuno. Sin botas, solo con pantalones y una camisa a medio poner, el joven Ruiz solo cerró su libro de derecho civil de golpe y se abalanzó por la ventana de la cocina, aterrizando en la calle. Dejando ver al muchacho que más de una vez le preguntaron en tertulias si era un peninsular como si fuera un linyera que recién se despertaba.
Si el cañonazo lo había confundido, la vía pública era peor. Soldados golpeando puertas de locales de caza, boticas, y herrerías. Mensajeros buscando soldados que estaban de franco directamente a sus casas y serenos a los gritos con sus silbatos. Estos últimos eran los únicos que daban alguna explicación de que estaba pasando. Aunque nada demasiado especifico.
—¡El pueblo a las armas! ¡El pueblo a las armas! — gritaban los serenos sin parar.
Manuel buscó con la vista a alguien del ejército y divisó a un oficial con el saco azul y bordó del ejercito del rey. Apurado, viendo que se iba, corrió hasta él y lo agarró de los hombros para detenerlo.
—Señor— Manuel miraba para todos lados por el griterío— ¿Qué está pasando?
—¿Peninsular? — preguntó el hombre, primero que nada.
—Por supuesto— mintió imitando lo mejor que pudo el acento de su padre.
—Estamos bajo ataque. Ingleses por lo que sé— le contestó el soldado que por su insignia era de bajo rango—. El virrey Sobremonte ordenó que todo español en posición de luchar defienda su ciudad.
—Piratas hijos de puta— masculló el criollo— ¿Qué debo hacer?
—Repórtate en el cuartel con tus papeles— le ordenó—. Te darán un arma y te enviarán al frente.
—Señor, sí señor.
—Pero...— el oficial lo miró de arriba abajo—. Admiro tu valentía hijo, pero deberías vestirte antes.
Manuel reconoció su estado y de golpe quería que la tierra lo tragara—. Así lo haré, señor.
Cuando Manuel volvió de golpe a su casa, esta vez por la puerta, su madre lo miraba anonadada. Él pasó de largo por la casa a su habitación, solo parando para darle un último bocado a su desayuno y dejar el tenedor. Cuando volvió a la gran cocina, estaba vestido de forma más práctica que elegante.
—Hijo, que ni se te ocurra— le quiso reclamar su madre.
—Madre— él no se detuvo, sabía que, si la miraba, dudaría—, si no voy, y llegan acá, Padre, Catalina y vos van a estar en peligro.
Su padre era un veterano de guerra, estaba demasiado asiano para combatir y hacia años que Manuel, a pesar de estar en la escuela real de San Carlos, oficiaba en cosas menores como cabeza de familia tanto ante su madre como con su hermana menor. Sabía que era importante para su madre que se quedara, pero su mente solo podía pensar en que, si llegaban los ingleses a la casa, y encontraban a alguien en posición de pelear, todos allí estarían en peligro. Debia interceptar al invasor antes de que llegaran.
—Manu, esta no es tu pelea, no sos español.
—Pero ellos no lo saben— dijo antes de salir de la casa, sin mayor arma que el viejo sable de oficial de su padre. Una hoja curva diseñada para la caballería.
Manuel jamás había empuñado esa arma de forma victoriosa. Pero confiaba más en las armas de uso simple, pero de mayor manufactura. Por eso fue a buscar a Remedios.
Él sabía que su padre había negociado con el tío de Remedios su mano en matrimonio. Pero también sabia que a ella no le habían contado la noticia y que estaban esperando a que fuera un buen momento. A pesar de eso, cuando guardo el arma en su cintura, no pudo evitar pensar en ella. En que, si los ingleses llegaban a la ciudad, ella podría estar en peligro por más miedo que diera el señor de la Vega. El cual, él podía dar fe que era mucho miedo el que lograba imponer el hombre.
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Colmillos y Sombras de la Revolución 1. La llegada del inglés.
Historical FictionTodo el mundo sabe que Buenos Aires, como tantas otras metrópolis mundiales esta manejado por una élite de vampiros. Pero ¿Cómo llegamos a esto? Bueno, para saberlos veamos un poco de historia, cuando allá en un lejano 1806, naves británicas arribar...