Capítulo XXI: 12 de agosto de 1806.

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Tanto Rafael como los demás sombra habían recibido las mismas instrucciones que los demás veteranos que constituían la orden miliciana del regimiento de Patricios. En caso de que se dé la orden de ataque, buscar alguna de las casas que amontonarían las armas, y reunirse en el punto de mando más cercano. Claro que, si bien estos veteranos y milicianos eran mayoría, quienes tendrían la voz cantante, eran las fuerzas vástagas.

Pero a pesar de esto, él no esperaba estar comprando el almuerzo cuando la orden llegó. Estaba terminando de pagar las empanadas que debía llevar al polvorín cuando la fanfarrea de trompetas para alertar a las fuerzas sonó por las calles de Buenos Aires.

A pesar de que sus órdenes eran ir al sonido de la trompeta o a buscar armas en alguna de las tantas casas donde estas estarían esperando a los milicianos, Rafael solo corrió con las empanadas hacía el granero sin llegar a pagarle a la mujer. Movió sus piernas tan rápido como pudo cubriendo mucho espacio entre las zancadas. Pero al girar en una esquina, un carro casi lo lleva puesto.

No era nada lujoso sino una carreta de mercadería promedio. Lo que no era tan promedio, era el "joven" que lo manejaba. Ramona, ahora Ramón, le hizo señas de que se subiera.

Dentro, el señor y la señor Cruz estaban enfrentados a los magos de la Vega, los cuatro con caras serias. Rafael subió como pudo lo más rápido que la canasta y el espacio le permitían. Cuando tuvo los dos pies dentro, la carreta arrancó de nuevo a alta velocidad.

El señor cruz seguía tan hablador como en la pulpería, y su esposa lo imitaba. Remedios miraba para delante a pesar de estar de costado, tratando de ver como estaban las calles. Él único que murmuraba algo era el viejo alquimista.

—¿Empanadas? — preguntó Rafael levantando la canasta.

Ramona extendió un brazo hacia atrás, metiéndolo bajo el toldo y Remedios entendió el mensaje. Cuando la joven maga le puso la empanada en la palma ella volvió a sacar el brazo para manejar. Salvo por ella, todos parecían inapetentes. Todos menos él. Desde que los pulperos se dieron cuenta de que él llevaba varios días sin llevar carne fresca al almacén, se vieron obligados a cazar ellos. Claro, sin decirle a nadie.

—Como dice el dicho: cuando los gatos están haciendo pólvora en el cobertizo, los ratones salen a jugar— le dijo al señor y a la señora Cruz para convencerlos de que salieran a cazar—. Si yo los entretengo, ustedes tienen vía libre.

Y la prueba de eso era la cantidad absurda de carne seca que le venían llevando a Rafael como "vianda" a su trabajo como ayudante de laboratorio. Justamente esta fue la que Rafael empezó a atacar mientras estaban en ese viaje en carro. Sacó un trozo y se lo comió de un bocado. No era ni por asomo tan fuerte como el de una presa recién muerta o algo que cazara él, pero servía para matar el hambre.

Cuando quiso buscar un segundo pedazo, Ramona frenó en seco haciendo que se le cayera toda la carne del macuto. Rafael se acordó de la madre de Ramona y también de su abuela antes de levantar la cabeza. El señor Cruz y Francisco habían bajado de golpe para irrumpir en un lavadero. Entraron, y en menos de 2 minutos volvieron a salir, pero en lugar de otros clientes que llevaban bolsones de ropa, arrojaron 6 mosquetes sin bayonetas como si fueran meros palos de escoba.

—¡Listo Ramón! — gritó el señor de la Vega antes de que el carro volviera a ponerse en marcha.

—¿Para dónde, señor?

—Al norte— contestó el boticario—, el retiro, ese es el punto de reunión.

Rafael escuchó destellar las riendas de los animales antes de que estos aceleraran y giraran bruscamente. Remedios aferró la mano a su abanico y se lo llevó a los labios. Desde que la conocía, ella jamás había mostrado algo similar al miedo. Si asco, repulsión y odio, muchas veces hacía él, pero el como cerraba los ojos con fuerza, solo podía ser miedo.

Colmillos y Sombras de la Revolución 1. La llegada del inglés.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora