Cuando Rafael abrió los ojos, estaba en una cama dura y su herida había sido suturada. A pesar de eso, tenía mucha hambre. Y en caso de los hombres sombra, solo existía el hambre del tipo peligroso.
Se movió con cuidado, tratando de sentarse. Claro, no estaba en una cama, sino que en una mesa de operaciones. La tabla de madera sobre la que había estado durmiendo tenia manchas residuales de lo que él supuso era su sangre. A los costados había estantes con diferentes medicamentos y un poco de gasa. Generalmente había más, pero gran parte de esta ahora le envolvía el hombro.
Intentó moverlo, pero la venda apretaba demasiado. Sintió como se estiraban los puntos de sutura cuando lo hizo así que optó por mover el brazo lo menos posible.
Rafael estaba en ropa interior así que, como pudo, se vistió. Le habían dejado la ropa en una silla cercana. Una camisa vieja, pero al menos sin agujero, y abajo un bombachon de campo. Estos pantalones, al ser amplios, aunque informales, le fueron mucho más fáciles de poner que los que usaba para hacer de sereno, más con un solo brazo hábil.
Ya vestido, buscó a tientas la escalera que ya sabía donde estaba y subió, escalón por escalón, esquivando la tapilla que llevaba al segundo sótano de la pulpería.
Rafael esperaba más bullicio. Sabía que había estado dormido mucho tiempo. Cada vez que su cuerpo sufría demasiadas lesiones, casi para morirse, sus genes Sombra lo dejaban inconsciente por unos días a no ser que estuviera recién alimentado. No sabía exactamente cuánto tiempo había estado tirado en la mesa de Martina, pero estaba seguro de que no podía ser un lunes. Y aun en los lunes, solía haber al menos un grupo de gente jugando al truco o tomando algo.
Pero cuando subió, no vio nada de eso. La escalera lo llevaba de la guarida en el primer subsuelo hasta detrás del mostrador. De su mismo lado, un alto hombre calvo de gruesos bigotes limpiaba con un trapo una copa de forma tan repetitiva que parecia un reflejo. Sus ojos estaban clavados en la puerta entrecerrada, apenas notando la presencia de Rafael.
—Señor Cruz— lo saludo y el hombre respondió con un asentimiento y un sonido sordo.
Rafael pasó por la puerta que separaba las rejas del mostrador con el resto de la pulpería y se sentó en la barra. Movió el brazo por accidente y la herida se resintió.
La pulpería del señor Cruz era mucho más amigable que su pulpero. Un establecimiento pequeño, acogedor en toda norma. Vendían desde medicamentos hasta telas y comida. Compraban cuero y lo acumulaban como un seguro de valor y el lugar realmente se llenaba por las noches.
El señor Cruz, por más que se las diera de rudo, tenía como todo buen pulpero, una guitarra para pallar, y los estofados de su parlanchina mujer, la señora Cruz hacia los mejores estofados de Buenos Aires. Incluso los que le servían especialmente a un sombra como él.
—Cruz, ¿no tendrás algo de comer no?
Lo miró de arriba a abajo como si no fuera un hombre que acababa de revivir de una herida potencialmente letal. Suspiró y bajando la mano sacó un pequeño embutido envuelto en tela. Este, perfectamente curado, no se distinguiría jamás de uno de cerdo o ternera, pero el aroma ya le decía a Rafael, que era de los especiales. Pero, antes de que pudiera hincarle el diente, la campana del local sonó.
José, quien avanzaba por las calles con la cabeza gacha casi se cae al suelo al ver que su mentor de sereno seguía con vida. Rápidamente cerró la puerta y fue con él y el señor Cruz.
—Ay Rafa, no vas a creer lo que pasó— empezó el chico el cual se veía un poco menos delgado que la última vez—. Todo se fue a la...
—Tranquilo, tranquilo— le repitió mientras que con un cuchillo empezaba a pelar el salamín—. Que si me altero y me descoso la señora de la casa nos cuelga de las pelotas a los dos.
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Colmillos y Sombras de la Revolución 1. La llegada del inglés.
Historical FictionTodo el mundo sabe que Buenos Aires, como tantas otras metrópolis mundiales esta manejado por una élite de vampiros. Pero ¿Cómo llegamos a esto? Bueno, para saberlos veamos un poco de historia, cuando allá en un lejano 1806, naves británicas arribar...