Capítulo VII: Tertulia.

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Remedios sabía que las tertulias, solían ser reuniones poco formales. Pero, tomando en cuenta de que esta había venido con invitación en dos idiomas, asumió que los británicos no estaban al tanto de esto. Por esto mismo, eligió uno de sus mejores vestidos.

El color verde agua apastelado del vestido bajaba por las enaguas tras la alta cintura mientras ella acomodaba la peineta para que su cabellera se quedara lo más centrada posible.

—No te haces una idea de lo incomodo que es ir con esto— se señaló la estructura que le inflaba el vestido—. No se puede caminar.

Ramona, de vuelta travestida como Ramón, volvería a hacer de chofer esa noche—. Lo siento Remi, problemas de gente con vestido— se señaló los pantalones—. Problemas que desde que aprendí a cocer evado perfectamente. Quizá no me lleve el suspiro de los muchachos, pero al menos puedo usar escaleras.

—Hay momentos, en que te lo cambiaria— aceptó ella mientras se terminaba de alistar.

Remedios aprendió a maquillarse con una señora de la manzana. Siendo la única niña del patio común, la señora Martínez, una viudita muy amable que le encantaba cuidar las plantas se tomó el tiempo de enseñarle algunas costumbres de señorita. Estas que a su tío claramente se le escapaban.

Cosas como el maquillaje o el correcto uso de un abanico no eran cosas que el viejo alquimista supiera enseñar. Nisiquiera sabía trenzar pelo largo pues desde hacía muchos años el hombre carecía de pelo. A pesar de esto, gracias a la señora Martínez a falta de madre que le explicara, Remedios de la Vega esperaba a su tío hecha toda una dama.

El señor de la Vega, a pesar de no estar acostumbrado a esas pintas, también iba a juego. Camisa blanca y saco, además de una chistera el otro instrumento que Remedios jamás lo veía usar era un elegante bastón de caminata. Su barba estaba recortada y emprolijada gracias a Ramona y por como palpaba su saco, claramente llevaba algo encima.

—Señorita— le ofreció el brazo.

Remedios, igual que cuando era una niña, tomó del codo a su tío—. Si hubieras sido así de caballeroso con la señora Martínez, hoy tenía tía.

—Vos sabes perfectamente que mi trabajo no es compatible con esas cosas, Remi— se excusó el español.

Le había dicho una verdad, ella no era ciega, desde chica, cada vez que la señora Martínez la cuidaba porque su tío iba a hacer sus rondas, ella le preguntaba por él.

—Pero que ese haya sido mi caso, no significa que tiene que ser el tuyo— le explicó mientras se subían a la carrosa—. Es más, lo mejor sería que no sea el tuyo.

Ya sentada en el carruaje, lo cual se le complicó por las enaguas, le lanzó una mirada inquisitiva a su tío. Este, sacándose el sombrero y dejándolo a su lado, claramente estaba buscando las palabras para decir las cosas.

—Bueno, viste que a tu amigo Manuel los ingleses lo tomaron prisionero— el hombre se pasó la mano por la frente—. Cuando escuché su voz pidiendo armas, no pude evitar asustarme, pero a la vez, sentirme tranquilo.

—¿Tranquilo? — Remedios no entendía a que se refería—. Tío, Manuel es abogado, no soldado.

—Lo sé, eso me convenció en un principio— contestó—. Pero el hecho de que, en caso de necesidad, defienda su patria, solo confirma mi idea de que elegí bien.

—¿Elegir bien? ¿De qué estás hablando?

—Tus padres, antes de fallecer dejaron un testamento donde me delegaban las responsabilidades hacia vos— explicó él—. Responsabilidades como tu educación, cuidado y, eventualmente, conseguirte un marido.

Colmillos y Sombras de la Revolución 1. La llegada del inglés.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora