#07: Guerra blanca

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Los ánimos no eran los mejores esa mañana. Resopló por su pensamiento, eran la sexta generación, simplemente no tenían buenas mañanas. O tardes. O noches. O vidas. Pero esa mañana en especial, todos estaban de un humor de perros, yendo por la yugular a la primera provocación, y él tenía un talento especial para pisar todas las minas. El no dormir bien la noche anterior y el frío matutino no eran la mejor mezcla. Después de que el oso se fue, nadie pudo pegar ojo, demasiados preocupados ante la posibilidad de que entrara. O que otra cosa los sorprendiera. En sus cabezas, la idea de que algo ya había entrado sin que lo notaran se repetía como una mala canción que no podían olvidar. La ansiedad era mejor que la cafeína para ahuyentar el sueño. Y ahora, con los rayos del sol que no calentaban, el cansancio los hacía querer odiar a su prójimo.

Cáncer lo había obligado a sentarse en la esquina y tomar su café, cual niño pequeño, porque sabía que no podía dejarlo andar libre con el resto de la generación cuando eran un océano de gasolina. Tauro tenía el talento para causar fuegos al hablar y no necesitaban otra discusión, era muy temprano. El toro se rio bajito, dando otro sorbo a su café, porque lo mataba de risa poder estar sentado junto al fuego, disfrutando de su desayuno, mientras el resto de la generación buscaban como desesperados por puntos débiles en el perímetro.

— Cállate— Balbuceó Virgo desde su bolsa de dormir.

Era temprano, el par que tuvo la última guardia de la noche tomaron su desayuno y se metieron a sus bolsas, intentando tener un poco de descanso por el día. Tarea casi imposible si la generación se hubiera quedado en torno al fuego, como el día anterior. Afortunadamente para Virgo, los demás optaron por explorar. Desafortunadamente para él, Tauro era idiota.

— Tus poderes no sirven conmigo, señor encantador de osos— Las neuronas del pelirrojo sí hicieron sinapsis, sólo que demasiado tarde, cuando sintió el gorro impactar con su nuca— ¿Ouch?— Al voltearse, Virgo le alzaba el dedo de en medio antes de volver a dormir.

— ¿No te dejaron aquí para evitar que eso pasara?— Frente a él, Ofiuco sacó su cabeza de su bolsa de dormir. Sus cabellos despeinados y ojos entrecerrados no combinaban con sus ojeras.

Tauro le dio el último sorbo a su café, chasqueó la lengua y se levantó, ignorando por completo la pregunta de la constelación. Ofiuco rodó los ojos y regresó a lo calientito de su saco de dormir. El toro observó por un segundo a los dos cuerpos dormidos, la tentación de tomar uno de los plumones de Virgo para rayar su cara se instaló por un segundo en su pecho, pero era el único cerca, sería el único sospechoso. Suspiró, tronó su espalda y empezó a caminar sin rumbo en particular. El ruido lo guiaría a donde el resto estaba. Y, si no los encontraba, se pondría a buscar algo interesante que hacer.

La verdad era que debía ponerse en acción. Su cabeza dolía un poco esa mañana y mentiría si dijera que no estaba cansado. Pero todo el mundo lo estaba, no era especial. La consecuencia lógica de vivir huyendo le estaba pasando factura. Se estiró, los músculos de su cuello contracturados, y se quitó los lentes para limpiarlos. El sol se colaba por las ventanas, amplificado por la blancura del mundo, y lo hacía darse cuenta de lo sucio que sus lentes estaban. Se presionó el centro de sus cejas, en un intento de mitigar el dolor. Las pastillas dejaron de tener efecto y no quería pensar en que las continuas cefaleas estaban ligadas a su habilidad, pero cada día eran más difíciles de ignorar. ¿Por qué uno de los cristales tenía las huellas de un mapache?

Pensó en usar su habilidad para encontrar a sus amigos más rápido, pero eso sólo empeoraría el dolor. A la vieja usanza lo haría. Caminó sin rumbo fijo, el diseño del edificio, con sus escaleras y techos altos, eran el lugar perfecto para que el sonido viniera de todos lados al mismo tiempo. Lo habían averiguado ayer, en lo que corrían de un lado al otro en busca de algo interesante, era como una versión auditiva de la casa de los espejos. Un laberinto de ecos. Descartó de inmediato los pisos superiores, si la misión del día era encontrar puntos de acceso, lo más probable era que se enfocaran en el piso inferior. Al cruzar por una ventana, lo blanco del mundo lo deslumbró por un segundo, empeorando su jaqueca.

ERROR III: Colapso || ZodiacoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora