Comienzo a creer que mi fatiga va más allá de lo físico. Es un cansancio que no cede, no importa cuántas horas de sueño tenga, no importa que no haga nada en todo el día. Todas las noches me voy a dormir con la ingenua ilusión de que, por arte de magia, despertaré con energías renovadas; todas las mañanas me tengo que forzar para salir de la cama. Estoy exhausto y no parece que pronto vaya a terminar. Y me hace sentir como la peor persona del mundo: Debería estar agradecido.
Sólo quedamos los A.
El primero en irse fue Caña, hace más de tres meses, después de eso tuvimos un poco de paz. Caña no estaba bien, de cualquier manera, sus últimas semanas las pasó en el C61 murmurando cosas que nadie podía descifrar, creo que por eso fue fácil desconectarnos de lo que estaba sucediendo. Me dije a mí mismo que no podía ser eso. Y, cuando tuvimos casi tres meses sin más bajas, pretender se volvió sencillo. No obstante, la realidad regresó para golpearnos en la cara. No puedo decir que sin previo aviso: Caña fue nuestro aviso y decidimos ignorarlo.
Nos creímos superiores, como si tuviéramos algún tipo de noción sobre lo que nos espera. Claro, habíamos presenciado dos generaciones pasar por lo mismo, a los seis y diez años; dejamos que nuestro orgullo nos cegara y olvidamos que cada generación es la primera en vivir tanto tiempo, obviamente hay cosas que cambian. La tercera generación se fue en una quincena, la cuarta dio batalla por casi un mes... Pero nunca hubiera pensado que nuestra temporada de colapsos duraría tres meses.
Tres malditos meses de angustia. Tres meses en los que no sabemos quién va a ser el siguiente o si vamos a despertar. Tres meses de ver cómo, uno a uno, las alcobas se van quedando vacías y la mesa del comedor se reduce. Tres meses de explicarle a los peques por qué los demás ya no están. Estoy exhausto.
Escucho el pitido que indica la apertura de mi puerta. Después de toda una vida deseando tener un cuarto propio, odio estar solo aquí. Siempre soy el primero en salir, antes era Hiedra, pero después de que Roble... Ahora soy yo. No puedo soportar estar más tiempo del necesario en esta alcoba vacía. Suelto un suspiro antes de levantarme de la cama, tomo mi cinturón especial y me escapo de la habitación. Los de la sexta generación ya están marchando a los baños, seguidos de un pasante de anteojos más gruesos que un pulgar. Fresno me saluda con un movimiento de cabeza, antes de dirigirse hacia las duchas él también. Hiedra no se asoma siquiera.
Sigo a Fresno, por lo que no tengo necesidad de colocarme mi cinturón. Los pequeños de la sexta generación discuten algo un par de metros por delante de nosotros. El pelirrojo y yo andamos en silencio. No tenemos nada que decirnos, antes de que nuestra temporada comenzara, no éramos muy cercanos y, si soy completamente honesto, Fresno nunca ha sido del tipo sociable. Tan siquiera no con los vivos. Si para mí es difícil, no puedo imaginar cómo es para él, con su habilidad de seguir viéndolos después de colapsados. ¿Puedo decir que siento envidia sin sonar egoísta? Sé que ha de ser doloroso, pero yo mataría por poder hablar una vez más con Sauce o Acebo.
La rutina permanece igual. Es reconfortante e inaguantable en partes iguales. Por una parte, es agradable saber con exactitud lo que va a pasar: Despertar, ducha, consultorio, desayuno, clases, almuerzo, entrenamientos, descanso y terapia, cena y a dormir; creo que es lo único que ha evitado que pierda por completo la cabeza. Pero se siente como un mal chiste, como si todos en este lugar quisieran pretender que nada está pasando, como si girar el rostro y no hablar de los muertos lo hiciera desaparecer. Debo admitir que, en las otras dos temporadas, yo también tomé parte de este disimulo, pretendiendo que no me afectaba; pero ignorarlo no cambia nada: Fresno sigue viendo a los que ya no están, Hiedra sigue llorando en su alcoba, y las literas en mi habitación siguen vacías.
Soy el segundo en la fila para entrar al A02. Cuando recién salí de la sala de bebés, era el número treinta. Después, el dieciocho. Después fui el sexto. Detrás de mí, Aries, el primero de la sexta generación, juguetea con la venda que envuelve sus nudillos. Cáncer y Tauro hablan de algo y, cuando el toro me ve, su carita se ilumina.
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ERROR III: Colapso || Zodiaco
General FictionQuizás esto era todo lo que jamás serían. Nadie quería aceptarlo. Habían pasado por tantas cosas como para rendirse ahora, pero estaban tan cansados... Habían sido artificiales, hasta que descubrieron que no lo eran. Habían sido fugitivos, hasta que...