Sentía la boca seca. A pesar de eso, tragó saliva. El nudo en su garganta no lo dejaba respirar y el sudor en sus manos era molesto. Odiaba sentirse así. El cuello de su uniforme amenazaba con asfixiarlo. Cerró los ojos, concentrándose en su respiración por un momento. Al abrirlos, la luz azul de los focos fluorescentes lo cegó. Malditas paredes blancas que amplificaban los rayos. Se sentía en la oficina del doctor. Odiaba este lugar.
El General Padrig Corentin detestaba ir a las instalaciones de Skoros. Todo estaba era tan estéril que se le dificultaba respirar. Se sentía como un adolescente, con la certeza de que en cualquier momento su madre lo regañaría por haber ensuciado el piso recién limpiado. No sabía dónde poner sus manos. Se dio un golpe mental, era un militar de cincuenta y seis años, debía recomponerse. Pero ese lugar era intimidante.
Estaba parado al lado de la larguísima mesa de titanio, esperando. Sólo los científicos de Skoros lo hacían esperar.
Una jovencita de no más de veinte años entró y dejó un vaso de poliestireno frente a él. Café negro y humeante. La chica lo miró por un segundo, antes de retirarse con la misma velocidad con la que había entrado. El olor del brebaje le llegó volando. El líquido en el vaso desentonaba con el resto del cuarto, como él. Alzó su mano, observando el reloj en su muñeca. Llegarían en cualquier momento. Se presionó el tabique de la nariz, una forma de aliviar un poco el dolor que atravesaba su cráneo. Sin dudas, la cafeína de esa cosa sólo lo empeoraría. Tomó un sorbo, sin embargo. El gusto amargo lo distrajo lo suficiente para no escuchar la puerta volver a abrirse.
El primero en entrar fue el doctor Argyris, cabeza del proyecto. Sus pequeños ojos brillaban detrás de sus circulares lentes. Su cabello Nahel peinado pulcramente hacia atrás. Junto con su bata y ropas de colores neutrales, daba la sensación de ser uno con la sala en la que tendrían la reunión. Su cara, en la cual se veían las arrugas que la edad y la exposición irresponsable al sol en sus años de juventud le habían dejado, no mostraba expresión. Pero sus ojos...
— Espero no haberlo hecho esperar mucho— Dijo, su voz calma, pero con autoridad. Padrig intentó descifrar su rostro, pero era como leer una máscara. Decía lo que tenía que decir, las fórmulas de cortesía. En sus ojos se veían sus verdaderas intenciones: Por supuesto que no lo sentía. El General tomó otro sorbo de su amarga bebida. Por este tipo de estúpidos juegos mentales odiaba tratar con los cerebritos.
— Apenas unos minutos— Contestó. Su espalda tensa. El doctor le mantuvo el contacto visual por un segundo más de lo necesario, incomodándolo. Lo estaba tanteando. Quería ver cuánto podría empujarlo antes de tener una reacción. Pero no por cualquier cosa el General fue el elegido para esa misión diplomática. Sabía jugar el juego, sólo que lo odiaba— ¿Esperamos a alguien más o podemos empezar con lo que nos reúne aquí?
— Si no te conociera, creería que detestas esto, Padrig— Rio el de la bata blanca. El mencionado apretó la mandíbula con fuerza: Se estaba dejando leer demasiado fácil— Toma asiento— Prosiguió el científico, haciendo un además hacia las sillas vacías, sentándose el mismo— La doctora Katsaros se nos unirá más tarde. No tenemos prisa, hay que hablar. Hace mucho que no nos vemos.
El militar tomó asiento, manteniendo la espalda a un milímetro del respaldo de la silla. No se permitiría sentirse muy cómodo en ese lugar. Su uniforme camuflaje lo hacía resaltar en medio del blanco absoluto. Le recordaba que no pertenecía a ese lugar. Esto no era más que una misión diplomática, una mera transacción.
Asintió cauteloso mientras el doctor comenzaba a contarle sobre los progresos que habían hecho en el laboratorio. No entendía la mitad de las palabras que el otro utilizaba, pero eso no era lo importante mientras reportaran los avances en el proyecto. La milicia les había inyectado una cantidad absurda de dinero para el desarrollo de su nueva arma. Gracias a ellos su laboratorio seguía funcionando. Los científicos locos les darían la victoria en el campo de batalla y ellos financiarían sus delirios de dioses. Él no necesitaba entender los tecnicismos y ellos no tenían por qué saber sobre sus estrategias o planes.
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ERROR III: Colapso || Zodiaco
Ficção GeralQuizás esto era todo lo que jamás serían. Nadie quería aceptarlo. Habían pasado por tantas cosas como para rendirse ahora, pero estaban tan cansados... Habían sido artificiales, hasta que descubrieron que no lo eran. Habían sido fugitivos, hasta que...